Pbro. Felipe de Jesús Colón Padilla (Párroco de la Parroquia Jesús Maestro)
El mandato misionero de Jesús, brota del corazón del Evangelio: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación”. Somos instrumentos para el gozoso anuncio del evangelio, pero la misión depende del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia responde a la misión de Jesucristo mediante la “comunión y participación” en su plan de salvación (RM 9b, 5c, 6a). Octubre es el mes de la misión y del rezo del Santo Rosario, de ahí que la iglesia nos invita a no quedarnos parqueados en la casa.
La evangelización es tarea de los cristianos, no se trata de proselitismo religioso sino más bien de mostrar la belleza de la familia de Dios. Es un deber ineludible. Sin predicación de la Palabra, no surge la fe; sin fe no hay bautismo; sin bautismo no hay salvación. Podemos decir, tengo fe porque se me ha predicado; he aceptado ser bautizado porque creo en la gracia que allí se recibe; y consciente que podré alcanzar la salvación si vivo una vida coherente.
La evangelización para que sea eficaz tiene necesidad de la fuerza del Espíritu, que anima el anuncio e infunde entusiasmo en el que lleva el mensaje de la Palabra de Dios. Es la belleza del Evangelio que dona la vida de una fe activa. No basta el rosario de palabras que emitamos a los que nos escuchan con atención, una vida testimoniante resulta imprescindible, pues convence más. El mundo está necesitado no de maestros sino de testigos coherentes de la Palabra de Dios.
Los escándalos son frutos de una fe no madura, en esas circunstancias, el demonio se aprovecha, y el evangelio queda empañado, pierde brillo y fuerza.
No seamos una iglesia museo, sino una iglesia en salida. “La misión es la que renueva nuestra identidad cristiana, nos devuelve nuestro entusiasmo, nos ayuda a superar las dificultades en nuestra comunidad y nos hace participar de la salvación de Jesucristo” (RM 2).
Es precisamente la oración, con la cual se llega a todas partes y va mucho más allá que nuestra actividad externa. Una misión sin oración, no enciende el espíritu misionero.
Se percibe en ciertos lugares de la vida eclesial una crisis del compromiso misionero. No dejemos a un lado la dimensión social de la evangelización. La iglesia no puede fallarle a los pobres, a los sin voz. Una buena estrategia evangelizadora ayudaría a erradicar el consumismo que ciega, el individualismo que aturde y la búsqueda enfermiza de placeres superficiales.
Sintámonos enviados por la iglesia. Soñemos con una acción misionera capaz de transformarlo todo, la comunidad eclesial, la sociedad y las estructuras de pecado que no permiten el desarrollo de los pueblos y comunidades.
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