• Primera lectura: Ex 24, 3-8: “La sangre de la alianza”.
  • Salmo Responsorial: 115: “Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre”.
  • Segunda lectura: Heb 9, 11-15: “Cristo, el mediador de una alianza nueva”.
  • Evangelio: Mc: 14, 12-16;22-26: “Tomen y coman, tomen y beban”.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

La cena del Señor hunde sus raíces en la celebración de la Pascua judía, fiesta de la liberación. La Pascua judía conmemoraba la salida de Egipto (prototipo de la esclavitud), la búsqueda de la independencia y la constitución como pueblo libre. El decálogo, y las demás leyes y estructuras propuestas por Moisés, eran el ordenamiento jurídico – ético – religioso que le daba solidez al proyecto para hacerlo realidad. Quería garantizar que el pueblo nunca volviera a la esclavitud, conservara su libertad y viviera en justicia y derecho. Que, efectivamente organizado, fuera signo de Dios en el mundo y paradigma para todo pueblo que buscara libertad. Que mostrara lo que Dios quiere para todos los seres humanos: la práctica perfecta del amor a Dios y al prójimo.

La Torá o Ley de Moisés, era la constitución política del pueblo de Israel, promulgada en nombre de Dios. Según la tradición, Dios había dado la ley al pueblo, y el pueblo se había comprometido con Dios a cumplirla.[1] La sangre tenía en cuenta la tradición de los pastores que ofrecían sus corderos, y el pan tenía en cuenta la tradición de los agricultores. En la celebración de la noche de Pascua (Ex 12), estos dos elementos tenían una significación especial.

Jesús y sus discípulos, como buenos judíos, vivían con un sentido muy profundo estas fiestas. Era la renovación de la alianza de Dios con su pueblo, y del pueblo con Dios. Dios que había entrado en la historia del ser humano para salvarlo, y el ser humano que construía su historia conducido e impulsado por el “dedo de Dios”.

Se celebraba la Pascua, la fiesta de la libertad; pero se vivían tiempos de esclavitud. Como cuando en algunos de nuestros países celebramos el día de la independencia, sabiendo que nos han hecho depender del capital extranjero y que nuestros hijos al nacer, tienen una deuda externa impagable, por algo que no disfrutaron. Pero Jesús no enarboló la bandera del nacionalismo judío. Sintió que su vida y su ministerio no eran únicamente para Israel, sino para toda la humanidad. Su lucha no fue sólo la liberación política de su pueblo, sino la liberación del ser humano integral: su mente, su espíritu, sus motivaciones, su corazón, toda su vida. De todo el ser humano y de todos los seres humanos, pues todos debemos pasar del Egipto esclavizante a la tierra prometida libre y fraterna.  

Él se alimentó y asimiló toda la riqueza de la Pascua judía, y le dio un nuevo sentido al ofrecerse a sí mismo (segunda lectura). No hubo ningún acto mágico donde un pedazo de pan se transformó en su cuerpo, y el vino, en su sangre. Su entrega no fue únicamente en ese momento puntual de la cena o de la cruz. Su entrega fue total: todo su tiempo, todas sus energías, todo su amor, toda su vida; eso es: su cuerpo y su sangre.

Comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús no es un acto piadoso de unión angelical y no pocas veces engañoso. El cuerpo significa la persona en cuanto identidad, presencia y dinamicidad. Comer el cuerpo de Jesús significa asimilarle a él, aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; estar dispuestos a entregarnos como él se entregó por amor. Jesús no fue un chivo expiatorio, fue un ser humano que vivió a plenitud y nos enseñó cómo ser verdaderamente humanos e hijos de cara a Dios Padre y a los hermanos. No se trata solamente de un deseo humano, pues contamos con la fuerza que él mismo nos da al hacerse pan que se parte y se comparte para darnos vida. No se trata de comer el pan consagrado y ofrecer la comunión por la conversión de los pecadores, o por cualquier otra intención. Se trata de comer, digerir y asimilar su vida en nuestra propia vida.

La sangre que se derrama es la vida misma que se entrega para buscar una vida digna para todos y no se detiene por temor a las consecuencias. Beber de la copa es aceptar la entrega de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad salvadora por ningún motivo, ni siquiera por temor a la muerte.

A veces ponemos un excesivo énfasis en el culto a la Eucaristía que se nos olvida la parte existencial. Es mucho más fácil arrodillarme ante el “Santísimo Sacramento” y repetir jaculatorias, que asimilar la eucaristía con todas sus implicaciones y peligros. Y adorar la Eucaristía, ir a misa y comulgar se queda en un culto vacío cuando no asimilamos la vida de Jesús. Si no construimos comunidad, es decir, si no construimos el cuerpo real de Cristo, nuestras celebraciones serán una farsa, puro teatro y espectáculo barato. Pero si comemos y bebemos a Jesús sacramentado, si construimos el cuerpo de Cristo y bebemos el vino en comunidad, podemos decir con Juan Pablo II que la eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana.

Celebrar la Cena es testimoniar a un Dios Amor que da su vida por todos los hombres y mujeres, perdona a todos y no excluye a nadie.[2] Comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo significa asumir el compromiso de Jesús que se entregó a sí mismo por amor. Comulgar con Jesús es construir su cuerpo que es la Iglesia (comunidad) donde se haga realidad el Reino y Él beba el vino nuevo (Mc 14,25). Pues Jesús se hace presente donde haya una comunidad que parte y comparte el pan, bebe y disfruta el vino nuevo que alegra el corazón (Eclo 31,32ss). Que seamos para los demás pan de vida y bebida de salvación. Cáliz, no de la amargura, sino de la amistad y fraternidad.

Señor Jesús, pan vivo bajado del cielo, bendito, alabado y glorificado seas por siempre. Te bendecimos, te ensalzamos, te damos gracias. Bendito seas por toda tu entrega, por tu generosidad, por tu palabra, por tu testimonio, por tu lucha, por tu búsqueda continua de una humanidad nueva. Gracias por tu cuerpo entregado y por tu sangre derramada para dar vida al mundo.

Te pedimos perdón porque muchas veces “asistimos a misa”, “comulgamos”, “ofrecemos sacrificios” y hasta cumplimos con las normas establecidas, pero nuestro corazón está lejos de ti, de tu palabra, de proyecto, del real significado de comer tu cuerpo y beber tu sangre.

Líbranos de desencarnar y manipular la Eucaristía. Líbranos de arrastrar una fe mediocre que impida el verdadero encuentro contigo. Te pedimos que nos ayudes a comprender el sentido del comer y del beber juntos tu cuerpo y tu sangre. Danos la gracia de asimilar tu palabra, tu vida, tu proyecto, tu causa salvadora. Que, unidos profundamente a ti, con el Padre y el Espíritu, recibamos la vida abundante, la disfrutemos y la comuniquemos con amor. Que nos veamos fortalecidos con este maravilloso alimento y tengamos la energía necesaria para continuar el camino y ser pan que se parte y se comparte generando vida abundante. Amén.

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