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  • Primera Lectura. Hch 5, 17-26: “Vayan al templo y explíquenle allí al pueblo este modo de vida”.
  • Salmo Responsorial: 33, 2-3.4-5.6-7.8-9: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.
  • Evangelio. Jn 3, 16-21: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

Dios no mandó a su hijo a condenar sino a salvar. El deseo más profundo de Dios es la salvación de todos y le duele cuando personas que Él tanta ama prefieren las tinieblas al camino de luz que Él les ofrece. A veces nos han vendido la imagen equivocada de que Dios condena, pero Jesús lo deja muy claro, Dios no condena a nadie, se condena aquel que, voluntariamente y por propia decisión, detesta la luz y se mantiene alejado de las obras de la luz.

Dios solo puede amar y ama tanto, que entrega lo más precioso que tiene: su propio Hijo. Cualquier imagen de un Dios justiciero, castigador, enojado o lejano, está divorciado de la imagen de Padre que Jesús vino a mostrarnos en el Evangelio.

Dios quiere lo mejor para nosotros y está siempre a nuestro favor. No busca imponer una serie de reglas, normas o mandatos que hagan nuestra vida más difícil o limitada, al contrario, quiere la plenitud, la libertad y la felicidad que solo provienen del seguimiento de su voluntad. Todo lo que Dios prohíbe o desaconseja, es porque sabe que, a la larga, nos hace daño o hace daño a los que nos rodean.

La primera lectura de hoy nos habla de una liberación sobrenatural que experimentaron los apóstoles al ser encarcelados por explicarle al pueblo, “el modo de vida de Jesús”. A veces vivir y enseñar el modo de Jesús, puede traernos dificultades y contradicciones, pero estas son precisamente, las oportunidades de ver a Dios actuar en nuestras vidas.

Hacer la obra de Dios provoca celos, envidias, oposición y pruebas. El camino de la salvación no está libre de situaciones dolorosas y desafiantes. A veces nos echarán mano, nos difamarán o nos tratarán como a los peores malhechores. Buscarán poner un bozal a la verdad e intimidarnos con amenazas. Pero Dios envió un ángel, quien abrió de noche las puertas de la cárcel y soltó a los presos, aunque los guardias estaban de pie y despiertos ante las puertas. Es que no existe cárcel tan oscura y tan bien asegurada en la que Dios no pueda visitar a los suyos y sacarlos de ella.

Los apóstoles regresaron de inmediato al templo y se pusieron a enseñar. Dios nos regala la libertad para que podamos ser testigos con empeño y con pasión de su amor por el mundo y dedicarnos con mayor entusiasmo a su servicio. Quizás Dios no nos haya abierto milagrosamente las puertas de una cárcel como hizo con ellos, pero sí nos ha liberado, a través de la sangre de su Hijo, de las esclavitudes y oscuridades en las que una vez vivimos. No dejemos de anunciar, con nuestros labios y con nuestra vida, el mensaje siempre nuevo y necesario de lo tanto que Dios nos ama.

(Guía Litúrgica)

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