Domingo, 28 de enero del 2024
- Primera lectura: Dt 18, 15-20: “El Señor, tu Dios, te dará un profeta”.
- Salmo Responsorial: 94: “Ojalá escuchen hoy su voz; no endurezcan el corazón”.
- Segunda lectura: I Cor 7, 32-35: “Una propuesta: servir al señor sin distracciones”.
- Evangelio: Mc 1, 21-28: “Una nueva manera de enseñar, con autoridad”.
Color: VERDE
“Jesús el liberador”
La literatura bíblica contiene varias líneas ideológicas, así como diversas experiencias de Dios. En el Pentateuco (cinco primeros libros de la Biblia) tenemos cuatro líneas ideológicas que testimoniaron la experiencia de Dios: Sacerdotal (P), Yavista (J), Eloísta (E) y Deuteronomista (D).
La Deuteronomista (primera lectura) pone el énfasis no tanto en el cumplimiento de la Ley de manera minuciosa y casi escrupulosa, como lo hacían muchos rabinos, sino en la Ley como un don para hacer que en las relaciones humanas reinen la justicia y la buena convivencia.
¿Por qué Dios prometió un profeta? ¿Por qué no le dijo a Moisés todo de una vez? ¿Acaso se le olvidó algo? Para la escuela Deuteronomista, la que escribió el libro del Deuteronomio, la palabra de Dios no es estática sino dinámica. Recordemos que Deuteronomio significa segunda Ley (Deutero = posterior y, Nomos = Ley). Para esta escuela religiosa Dios sigue hablando por medio de los signos de los tiempos y se hace necesario renovar el mensaje sin tergiversarlo. Dinamizar la experiencia de Dios, sin traicionarla: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Pero el profeta que se atreva a decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o habla en nombre de otros dioses, será reo de muerte”. (Dt 18,19-20).
El Deuteronomio fue uno de los textos que más influyó en Jesús. Él lo citó en varias oportunidades y se hizo continuador de su manera de interpretar la Ley. Aunque Jesús no fue un maestro autorizado por la academia, tuvo la sagacidad de interpretar acertadamente la Ley y la Palabra en general. No se limitó a repetir al pie de la letra los preceptos y a aplicarlos sin ningún discernimiento como lo hacían los maestros. Supo comprender que lo esencial era la salvación del ser humano, liberarlo de todas sus esclavitudes, de sus taras y de todo aquello que le impedía vivir a plenitud.
¿De qué libera Jesús en este evangelio? Primero, del miedo a la Ley, de la interpretación simplista y mediocre, anquilosada y traicionera como lo hacían los maestros oficiales. Por eso la gente que lo escuchaba comprendía que la suya era una nueva forma de enseñar: con autoridad, con fundamentos sólidos, con un profundo deseo de liberar al ser humano, y sin algún tipo de interés mezquino, sin nada que ocultar, sin aspiraciones proselitistas, ni engaños frustrantes.
Jesús nos liberó de la visión del Dios rígido, legislador implacable y nos mostró al papá bueno y misericordioso, con una palabra esperanzadora, siempre dinámica y actualizada. Con el hermoso testimonio de Jesús y con los cambios que vive nuestro mundo contemporáneo, podemos decir con Juan Arias: “Se puede decir, sin escandalizar a nadie, que cada época, cada generación, cada nueva revolución histórica, cada nuevo escenario mundial, cada toma de conciencia del mundo y de su devenir necesitan un nuevo Dios, de una nueva forma de concebirlo. Dios en la vida de los hombres es, de alguna manera, como el arte, como la literatura o la música, como todo lo fundamentalmente humano. Por eso cada época tiene su música y su Dios y sus demonios. Lo que no cambia es una cierta insistencia del hombre en la búsqueda de una dimensión que, de alguna forma, lo trascienda en cualquiera de sus actividades, desde la artística a la religiosa, ante la amenaza de vulgaridad de lo sin sentido, que le impide seguir soñando”[1]. Nos corresponde hacer hoy ese discernimiento a la luz del evangelio y analizando nuestro propio devenir histórico.
¿De qué otra cosa nos libera Jesús? Jesús libera al ser humano de los espíritus malignos. ¿Qué es esto? Los demonios o espíritus inmundos no son seres raros que vejan y golpean a las personas; son situaciones internas o externas que desintegran al ser humano. Pueden ser enfermedades físicas, emocionales, espirituales, sicológicas y familiares, corrientes ideológicas o problemas sociales. Pueden ser experiencias traumáticas, recuerdos y/o vivencias de la infancia o de algún otro momento de la historia personal, que enturbian la manera de pensar y sentir, y aunque la persona quiera escapar de ello, no puede; no es capaz de confiar y de vivir la vida con esperanza, porque se grabó en ella una gran desconfianza y un miedo profundo.
En el relato que hoy leemos cuando Jesús estuvo cerca del hombre endemoniado, los malos espíritus no pudieron ocultarse. El camino de Jesús tiene que ayudarnos a identificar los malos espíritus que habitan y dañan la vida personal o social. Con la presencia de Jesús los malos espíritus tienen que salir de su escondite. Ante Jesús, los malos espíritus se dividen; se hace visible lo que es impuro y lo que no puede subsistir ante Dios. Jesús tuvo y sigue teniendo autoridad. Sus Palabras y sus obras producen efecto salvífico en el ser humano.
Hoy tenemos la oportunidad de vivir esta nueva experiencia de salvación. Nos corresponde abrirnos confiadamente al amor misericordioso del Padre manifestado en Jesús y exorcizar los espíritus malignos, es decir, trabajar para eliminar todo aquello que nos impide vivir a plenitud como personas y como sociedad. Nos corresponde evaluar nuestra vida religiosa para evitar todo anacronismo inmovilizador, así como todo libertinaje desbocado. Nos corresponde comunicar nuestra experiencia de salvación para que mucha gente, que vive esclava de los “malos espíritus”, sea testigo del amor de Dios y viva a plenitud su libertad.
Oración
Señor Jesús, te damos gracias porque sigues en medio de nosotros, siempre dispuesto a liberarnos de todas las cadenas que oprimen y denigran la vida. Te reconocemos como el Profeta, el liberador, el Mesías, el camino y la verdad y la vida. Te abrimos nuestra mente, nuestro corazón, toda nuestra historia con sus luces y sus sombras, con las experiencias bellas y con las experiencias dolorosas que han hecho grabar en nuestro interior ciertos pesares, miedos e inseguridades que interrumpen nuestra buena marcha.
Reconocemos esas realidades humanas, “esos malos espíritus” en nuestro interior y en nuestras familias y comunidades. Pedimos la acción de tu Espíritu para que ilumine todo nuestro ser y nos ayude a descubrir esas realidades que nos quitan la paz, que oscurecen nuestra vida y nos esclavizan. Pedimos la fuerza de tu Espíritu para que podamos vencerlas, superarlas y vernos libres de ellas. Que tu Espíritu inunde con su amor toda nuestra vida, penetre hasta lo más profundo, transformando todo, purificando todo, santificando todo… desatando toda cadena, eliminando todo miedo, toda inseguridad, todo resentimiento, todo odio, todo rencor… Que la luz de tu Santo Espíritu limpie nuestras heridas, afiance nuestras fortalezas y nos dé la gracia de continuar con la seguridad propia de los hijos bien amados de Dios, Padre. Amén.
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