Domingo, 21 de enero del 2024
Solemnidad Nuestra Señora de la Altagracia, protectora de la República Dominicana
- Primera lectura: Jon 3, 1-5.10: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”.
- Salmo Responsorial: 24: “Señor, enséñame tus caminos”.
- Segunda lectura: I Cor 7, 29-31: “Porque este mundo que vemos termina”.
- Evangelio: Mc 1, 14-20: “Síganme, y haré que sean pescadores de hombres”.
Color: VERDE
El Kairós
Tire y afloje: Nínive era una antigua ciudad situada en las orillas del río Tigris, capital del Imperio asirio en el apogeo de su poder (c. 705-612 a.C.), hoy norte de Irak. De dicha capital imperial no sobreviven ni los cimientos, como suele ocurrir con todos los pedestales humanos.
En todo el mundo antiguo, cada pueblo tenía su dios o sus dioses. Nínive era conocida principalmente como centro religioso, donde se le rendía culto a la Diosa Istar a la cual le atribuían poderes curativos. Su estatua era muy conocida y tenía devotos que la adoraban incluso en Egipto. Se la representaba con una espada, arco y una funda con flechas, pues la veían como la diosa de la caza y la guerra. También era vista como la gran madre, la diosa de la fertilidad y la reina del firmamento, la representaban desnuda y con pechos prominentes, o como una madre con un niño junto a su pecho. Como diosa del amor traía la destrucción a muchos de sus amantes, el más notable de ellos su consorte Dumuzi.
Uno de los motivos, o una de las excusas para hacer la guerra entre los pueblos durante la historia humana, ha sido la religión o los dioses. La guerra entre pueblos era vista en cierta manera, como guerra entre dioses. Se pensaba que el pueblo vencedor tenía un dios más poderoso; con esa mentalidad al Dios de Israel se le llamaba Yahvé Dios Shebaot, o sea Dios de los ejércitos.
Israel estaba convencido de que su Dios era el más poderoso. Por eso cuando perdían una batalla o una guerra, lo veían como castigo de Dios por el mal comportamiento: “Ahora nos rechazas y avergüenzas; ya no sales, Señor, con nuestras tropas, nos haces dar la espalda al enemigo y nos saquean aquellos que nos odian…” (Sal 44). Istar, una de las diosas de los babilonios y de los asirios, según la mentalidad de la época era rival del Dios de Israel, pues los dos pueblos eran enemigos. Se trataba nada más y nada menos que del pueblo invasor que acabó con el templo de Jerusalén, arrasó con las ciudades y mantuvo a los israelitas deportados durante 50 años (587 – 538 a.C.)
¿Por qué el Dios de Israel le pidió a Jonás que predicara en Nínive, si era un pueblo enemigo que no creía en Él? Detrás de este relato encontramos un movimiento profético que reacciona frente a la reforma de Esdras y Nehemías y su exclusivismo nacionalista que llegó hasta los extremos de la xenofobia (año 538 a.C.). Cuando Ciro, rey de Persia, les permitió a los judíos volver a su tierra, Esdras y Nehemías impusieron una restauración fundada en la veneración de la Ley, la reconstrucción del Templo y la conciencia de ser el único pueblo elegido. Esto los llevó a exigir la pureza de la fe y de la raza, buscando al máximo evitar todo tipo de contaminación. De esta manera los extranjeros se convertían en enemigos por naturaleza.
Desde esta óptica se persiguió todo tipo de influencia extranjera en la cultura judía. Los matrimonios mixtos fueron repudiados (Esdras 9-10). Se instaba a abandonar pareja e hijos so pena de ser expulsados de la comunidad judía. Los extranjeros fueron expulsados (Nehemías 13,1-3), no sólo del templo sino más allá de las fronteras nacionales. Las fronteras se cerraron y el pueblo se replegó en su propio orgullo nacional, en su miedo y odio al extranjero, cosa totalmente contraria a los orígenes de Israel como pueblo. Ser amigo de un extranjero, colaborarle, darle la mano en algún momento se había convertido en sinónimo de idolatría.
El libro surge como una reacción frente a ese nacionalismo xenófobo que causaba dolor a muchas personas. La escuela profética que compone el libro de Jonás propone no solo rebajarle el calibre al nacionalismo sino llegar a compartir la experiencia religiosa con los demás pueblos, incluso con los enemigos.
Después de un “tire y afloje” entre Jonás y Dios (véase aquí las dos corrientes mencionadas) Jonás terminó anunciando el mensaje del Dios de Israel en Nínive. Su mensaje fue muy seco, nada esperanzador y, se podía decir, un poco mediocre; nada poético, como nos acostumbraron otros profetas. Su mensaje fue: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida”. Y este pueblo pagano tuvo una actitud de conversión digna de admirar. Con un hombre que aceptó profetizar en Nínive a regañadientes y con un mensaje tan parco, la gente cambió de vida.
Jonás representa a esos judíos ortodoxos, recalcitrantes y xenófobos que se niegan entrar en contacto con extranjeros. Esos que se irritan porque la planta de ricino se ha secado (4,5-11), aunque no les ha costado ningún esfuerzo, pero no les duele el dolor de los extranjeros que están persiguiendo. Es más, les molesta la misericordia de Dios y su propuesta universal a favor de todos los pueblos. (2,3-10; 4,2) “Tú tienes lástima de un ricino… ¿y no voy a tener yo lástima de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y de una gran cantidad de animales?” (4,10-11).
Curiosamente, el texto de Jonás nos trae también una visión de Dios diferente y hasta un poco peligrosa, como cualquier visión de Dios cuando no se sabe manejar. En contacto con lo sagrado, el ser humano elabora una imagen de Dios y la transmite por medio de palabras, esculturas y por medio de todos los elementos culturales de un pueblo. En el mundo antiguo cuando lo natural era la monarquía, se hablaba del Dios rey, del Señor de los ejércitos, del poderoso defensor.
Frente a una imagen del Dios impasible, el Señor soberano que todo lo ve y todo lo sostiene, que nunca cambia y siempre permanece, Jonás nos mostró un Dios que cambia. ¿Dios cambia de parecer? ¿Será que Dios se equivoca y se arrepiente? Esto puede ser utilizado para manipular la religión y para hacer decir a Dios lo que no dice, o para hacerle decir lo que “nos conviene”. Aunque también puede ayudarnos a renovar sanamente la fe y nuestras estructuras. Cualquier experiencia y cualquier imagen de Dios no pueden ser definitivas y absolutizadas, pues Dios es un misterio más grande que cualquier canon, cualquier definición y que todas las imágenes antropomórficas, por medio de las cuales lo han representado en todo el mundo y durante toda la historia humana.
Priorizar: ¿Qué estaría pensando Pablo cuando escribió el texto que hoy leemos de la Carta a los Corintios? ¿Acaso es una pócima para insensibilizar al ser humano y hacerlo olvidar de las realidades de la tierra: sufrimiento, alegría, dolor placer, sueños e ilusiones? ¿Acaso es una invitación a vivir sólo en torno a la otra vida y a olvidarnos de ésta? ¿Estaba Pablo en ese momento esperando la parusía? Yo prefiero pensar que Pablo no invita a una vida flemática, espiritualista casi antihumana, sino a saber priorizar el Reino por encima de todo. Con el Reino de Dios todas las realidades adquieren un sentido nuevo. Comprar, vender, casarse, tener hijos, inclusive “quedarse” célibe, sufrir y llorar; las frustraciones dolorosas, los proyectos no realizados y los conflictos permanentes. Todo adquiere un sentido y puede verse en cada situación, una oportunidad para construir el Reino donde todos tengamos cabida y la salvación abunde eternamente.
El Kairós: ¡Llegó el Reino! ¿Cuál Reino? ¿Cómo es ese Reino? ¿Qué podemos hacer? El Reino es un concepto antiguo, correspondiente a un mundo dominado social y políticamente por reinados y monarquías absolutas. Los evangelistas tomaron los códigos de su época. Hablar de reinado en aquel tiempo era hablar de la organización social imperante. Recordemos que la estructura tribal había sido derrotada por los ganaderos en tiempo de Saúl, primer rey de Israel, y continuando con David, Salomón y toda su descendencia.
En tiempo de Jesús el pueblo padecía el reinado absolutista de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, los dos, ambiciosos y sanguinarios, capaces de lo que fuera para mantener su poder. Fieles al gran emperador romano, Augusto y Tiberio respectivamente. El pueblo era poseedor de una rica memoria histórica. No podía olvidar los reinados opresores desde la monarquía egipcia y las ciudades estado cananeas, pasando por los imperios regionales que los acosaban, así como los reyes propios de Israel que desde Saúl no habían hecho otra cosa diferente a aprovecharse del pueblo. Tenían muy reciente la gran frustración sufrida debido a que los asmoneos que asumieron el poder después de ganar la guerra contra los invasores seléucidas, dejaron despertar el pequeño rey absolutista que habita en todo ser humano y se convirtieron en tiranos más, que los mismos invasores. (135 – 75 a.C.)
Hablar de rey y de reinados aunque era lo normal, causaba muchos recelos. El mismo Jesús huyó cuando quisieron proclamarlo rey (Jn 6,15). Nunca habló de sí mismo como rey, sino del reinado de Dios. Que nadie distinto a Dios se proclamara absoluto y que nadie utilizara su nombre como instrumento para adquirir y mantener el poder. “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos” (Mc 9,35). El reinado de Dios excluía necesariamente todo tipo de absolutismo, de tiranía y de explotación. El reinado de Dios garantizaba la hermandad entre los seres humanos, la justicia, el derecho y la exclusión de la violencia. La anulación del nacionalismo fundamentalista, la xenofobia y las fronteras, para facilitar una fraternidad universal. Un sueño inalcanzable, una ilusión delirante para algunos, la razón de nuestra lucha, la meta que esperamos y el sentido de nuestra vida, para los que creemos en Jesús el Cristo.
Según el mensaje de Jesús, para hacer realidad ese Reinado con nuevos valores incluyentes, participativos y realizadores, necesitamos una actitud constante: la conversión. Del latín convertio – onis, acción o efecto de convertir. Implica cambio, transformación, dinamicidad. Como cuando una persona va por un camino equivocado, reconoce su error, encuentra el verdadero, cambia de rumbo y lo asume con todas sus fuerzas. El reinado de Dios es una oferta que viene de la voluntad salvífica del Padre para la humanidad y que sólo es posible realizar con nuestro aporte. Es fruto de la gracia y del trabajo humano.
Conversión no significa necesariamente cambiar de religión y aceptar racionalmente todos los dogmas; es estar dispuesto a hacer del Reino nuestra opción fundamental alrededor de la cual gire toda nuestra vida. “Lo que Jesús intentaba despertar era la aceptación creyente y confiada de su proclamación del reino de Dios, para congregar a los hombres bajo este reino y moverlos a un nuevo comportamiento”. “Conversión significa: mudar el modo de pensar y actuar en el sentido de Dios, por lo tanto, revolucionarse interiormente… convertirse no consiste en ejercicios piadosos, sino en un nuevo modo de existir frente a Dios y ante la novedad anunciada por Jesús”. “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Nueva”.
Oración
Señor Jesús, rostro humano de Dios, plenitud de la revelación amorosa del Padre. Gracias por darnos lo mejor de tu propio corazón, por comunicarnos con generosidad la Buena Nueva de la salvación. Gracias por tu vida, totalmente entregada a la realización de la justicia del Reino. Gracias porque hoy continúas llamándonos a seguirte para ser pescadores de personas, para trabajar por una humanidad nueva, libre y digna, conforme al plan de salvación.
Te pedimos que nos libres de todo tipo de fanatismos, de exclusivismos, intolerancias, odios y xenofobias que destruyen nuestras instituciones y nuestra humanidad. Ayúdanos a defender nuestra identidad, sin despreciar ni dañar a los demás. Danos un corazón grande y abierto para amar la vida, defenderla y dignificarla, en cualquiera de sus manifestaciones.
Danos la gracia de vivir en continua conversión de cara al Reino de Dios y su justicia. Queremos vivir totalmente libres para amar, para seguirte, para construir juntos tu proyecto, que nos garantiza y vida plenamente feliz. Aquí estamos, Jesús, aceptamos tu llamado, seguimos tus pasos, nos ponemos en camino, como personas, como familias, como comunidad, como Iglesia. Aquí estamos, vamos en pos de ti, confiamos en tu Palabra, en tu bondad… Amén.
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