• Primera lectura: Is 61,1-2a.10-11: El espíritu del Señor está sobre mí…
  • Salmo Responsorial: Lc 1,46-50.53-54: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
  • Segunda lectura: 1Tes 5,16-24: Estén siempre alegres, oren sin cesar.
  • Evangelio: Jn 1,6-8.19-28: Una voz que grita en el desierto.

Color: MORADO o ROSADO

Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Hoy tercer domingo de Adviento la Iglesia nos invita a todos a vivir a plenitud la alegría y a fomentar la misma en todos los ambientes donde nos encontremos. No es posible que un cristiano viva la tristeza y peor aún que permanezca en ella. Como todo mortal podemos tener momentos de tristezas, pero no podemos hacer un matrimonio con la tristeza.

En el Evangelio se nos dice: “surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe”.

Seguimos en este tercer domingo de Adviento profundizando sobre la persona de Juan el Bautista, como aquel que es enviado, que se convierte en testigo y con un objetivo claro de convocar y convencer a sus contemporáneos para que abrazaran la fe.

Nos dice el Evangelio: “No era él la luz, sino testigo de la luz”. Juan tenía bien claro que, aunque con sus palabras, con su testimonio y con su firmeza de vida, iluminaba mucha gente, la luz verdadera era Jesús, él solo era testigo del Mesías esperado.

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?” Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?” Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?” Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanen el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías”.

Juan no tenía la necesidad de hacerse pasar por nadie, pues aprendió a brillar él solo y a trillar su propio sendero, sin atribuirse ningún legado de nadie. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

También Juan distinguió una manera de bautizar y transmitió un mensaje sencillo cargado de honestidad, en donde él revelaba la grandeza de aquel que estaba por delante de él. Esto pasaba en Betania, en la orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando. Finalmente nos sitúan en el lugar donde se sucedieron estos acontecimientos y nos manifiestan el oficio que Juan realizaba, que era el de bautizar.  

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