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Domingo, 12 de marzo del 2023

Citas:

  • Primera lectura: Ex 17,3-7: Golpea la roca, y de ella brotará agua para el pueblo.
  • Salmo Responsorial: 94, 1-2 y 6-9: Demos vítores a la Roca que nos salva.
  • Segunda lectura: Rom: 5,1-2,5-8: Hemos obtenido el perdón gracias a la fe.
  • Evangelio: Jn 4,5-42: Los nuevos adoradores lo harán en Espíritu y en verdad.

Nuevos adoradores

Neptalí Díaz Villán

Entre otros derechos fundamentales, de los seres humanos está el tener un nombre propio, un apellido y una nacionalidad. Para una vida sana es necesaria la identidad con nosotros mismos, con nuestra familia, así como con un grupo con el cual nos sintamos aceptados y aprobados.

Si a una persona le falta identidad y amor propio, se descuidará a sí misma y vivirá con profundos complejos de inferioridad. Sus relaciones con los demás serán también muy difíciles, pues nadie puede amar a los demás si primero no se ama a sí mismo. Puede, incluso, convertirse en un antisocial que atente contra el bien común y busque, simplemente, sobrevivir en esta selva de cemento que amenaza contantemente su vida.

Si una persona crece con sus necesidades primarias totalmente resueltas y rodeada de servidores que la endiosan, creerá que pertenece a una raza superior, y que por lo tanto, tiene derechos por encima del común de los mortales. Si un ser humano es adoctrinado con la convicción de que pertenece a un grupo selecto de personas puras por excelencia y carece de sentido crítico, puede caer fácilmente en un peligroso fundamentalismo y con una ceguera que no le permitirá ver que otros seres humanos tienen derecho a vivir de manera diferente.

Por todo esto es necesario que la persona experimente el amor propio y la valoración individual; que se sienta un ser dotado de facultades, con capacidad para proyectar y desarrollar su vida, con derechos y deberes.

Así mismo la supravaloración del ego y el desprecio a los demás, crea personas egoístas y peligrosas para la sociedad e infelices en su interior. Es necesaria la identidad personal y cultural. Pero cualquier tipo de fundamentalismo es destructor. Es necesario un sano sentido de pertenencia y referencia a un grupo humano: una cultura, un país, una iglesia, una región, etc. Pero los regionalismos y los nacionalismos, combinados, además, con ideologías segregacionistas y exclusivistas, son tremendamente peligrosas; han causado y causan grandes desastres a nuestra humanidad.

Después de tantos golpes que ha recibido la humanidad por culpa de los fundamentalismos, y aún en medio de tantas falencias, se están dando pasos para hacer respetar los derechos humanos y para promover el desarrollo de los pueblos. Terminada la Segunda Guerra Mundial nació la Organización de Naciones Unidad, ONU, y detrás de ella vinieron otras organizaciones internacionales. El diálogo interreligioso se viene dando como un fruto de la toma de conciencia por parte de algunos miembros de las diferentes religiones, las cuales han sido utilizadas muchas veces para justificar guerras, o como escudo perverso de muchas conquistas, colonizaciones y destrucción de la vida. Los miembros de algunas iglesias cristianas, que en este tema también tenemos rabo de paja, hemos formado grupos ecuménicos en los cuales buscamos unirnos en lo fundamental del evangelio de Jesús y respetar las diferencias. Disfrutar del generoso y añejo vino donado por Jesús, respetando la copa en la que cada cual lo quiera tomar.

Al acercarnos al Cuarto Evangelista (Evangelio según San Juan) es necesario precisar su carácter especialmente simbólico. Dicho carácter reemplaza casi en su totalidad al carácter histórico. Este evangelio es el más simbólico y el menos histórico de todos. El texto que hoy leemos no es una crónica de los acontecimientos tal y como sucedieron, sino una hermosa composición teológico-simbólica, con un mensaje muy profundo para las comunidades cristianas.

Por el mal manejo de sus diferencias culturales y religiosas y a pesar de sus raíces comunes y su cercanía territorial, judíos y samaritanos tuvieron tantos problemas que se convirtieron en enemigos acérrimos.

Los samaritanos tenían la misma religión de sus contradictores, pero mezclada con tradiciones religiosas de otros pueblos con los cuales compartieron el mismo territorio durante la deportación judía en Babilonia. Éstos por haberse mezclado con “paganos”, fueron considerados herejes y expulsados del pueblo judío en la reforma de Esdras y Nehemías (cuando a los judíos se les permitió volver de Babilonia, en tiempo del Rey Ciro). Por lo anterior, la palabra samaritano se había convertido entre los judíos en una ofensa de gran calibre. Los samaritanos, por su parte, se consideraban a sí mismos como los legítimos continuadores de la fe de Israel y tachaban a los judíos de cismáticos (separatistas). 

En el presente relato, el judío Jesús se acerca a la mujer samaritana, no con la prepotencia de quien se cree poseedor de la verdad, sino con la calidad humana de quien se ha liberado de todos los prejuicios, regionalismos y fundamentalismos. Con una pedagogía exquisita, se presenta como una persona humilde, necesitada y sedienta. Aunque la mujer está a la defensiva, Jesús poco a poco va rompiendo el hielo y creando un espacio cálido para que ella se abra y le permita entrar en su mundo.

Los grupos religiosos o ideológicos, opositores entre sí, tienen puntos claves que salen a relucir en sus discusiones. Los izquierdistas tratan de politiqueros burócratas y de rancios aristócratas a los derechistas, y estos, a su vez, les dicen populistas, bufones y engañadores, a los de izquierda. Por su lado, en las discusiones entre protestantes y católicos casi siempre brotan temas tales como la virginidad de María, la autoridad del Papa, los ídolos, la oración por los difuntos, etc. Para pelear, siempre habrá temas. Entre cristianos, judíos, musulmanes, budistas, sintoístas, hinduístas, etc., las diferencias se hacen aún más grandes. Hay personas que acceden muy complacidos al diálogo con otras iglesias cristianas, pero cuando se habla de otras religiones dicen inmediatamente que con ellos no tienen nada de qué hablar.

Jesús no cae en la trampa de discutir cuál es el verdadero lugar de culto, si Jerusalén o Garizín. En otras palabras, no discute cuál es la verdadera y cuál, la falsa religión, ni cae en el falaz argumento de desprestigiar las demás para enaltecer la propia. Tampoco funda una nueva religión o iglesia alguna. (Es bueno tener bien presente que históricamente Jesús no fundó la Iglesia sino que ésta se fundó en Él, después de la experiencia pascual y sólo tiene validez, si sigue fiel al espíritu con el cual Él enfrentó su contexto vital). Jesús no invalida alguna religión, pero sí las relativiza e invita a ir más allá, pues los nuevos adoradores lo harán, no necesariamente en Garizín o en Jerusalén, en X o Y religión, sino en espíritu y en verdad (v. 23).

La propuesta de Jesús es, fundamentalmente, una nueva forma de relacionarnos con Dios y con los hermanos, más allá de las leyes, los preceptos, las prohibiciones y los templos de cada religión. “Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo según el Espíritu y la verdad.” (v. 24b). Y al Espíritu no lo podemos encerrar en cuatro paredes, porque como dijo Jesús en el encuentro con Nicodemo: “El viento (pneuma en griego, que es lo mismo que espíritu) sopla aquí y allá y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,8). Adorar a Dios en espíritu y en verdad supone romper las fronteras, superar todo tipo de exclusivismo y fanatismo, encarnado en casi todas las religiones. Adorar a Dios en espíritu y en verdad exige ir más allá de las estructuras asfixiantes que las religiones crean con el tiempo y renovar cada día la experiencia religiosa, según los cambios culturales que vive el ser humano.

Las religiones y las iglesias son válidas, no porque tengan una línea ininterrumpida de consagraciones. Ninguna religión y ninguna Iglesia, si quiere ser de verdad un instrumento de salvación para los seres humanos, puede apropiarse de la plenitud de la revelación y mostrarse como la poseedora del esplendor de la verdad. Las religiones y las iglesias no son absolutas. Son válidas en la medida en que ofrezcan un espacio para que las personas nos encontremos con el Dios de la Vida y para establecer mejores relaciones entre los seres humanos.

Durante la época preindustrial y estática, en la cual los pueblos giraban en torno a narraciones mítico simbólicas que obligaban a aceptar leyes, dogmas y estilos de vida, y bloqueaban cualquier otra alternativa, las religiones de cada pueblo se erigían como absolutas. Nuestra sociedad postmoderna ha vivido revoluciones industriales y se ha rebelado contra la cultura estática y su oposición a las alternativas. Se ha desencantado, incluso, de las promesas mesiánicas de la diosa razón y se ha visto muchas veces sin esperanza y a merced de los mercaderes pseodoreligiosos que prometen éxito, felicidad, salvación y vida plena.

Hoy no podemos vivir el camino de Jesús con las estructuras jerarquizadas, monopolizadas y estáticas propias de la sociedad preindustrial y agraria. “En las nuevas condiciones culturales la religión es únicamente un camino; y el camino es un proceso que consiste en aprender a conocer y sentir más allá de nuestra condición de depredadores. Superar esa condición nuestra de super-predadores de todas las especies vivientes es aprender a ser luz vibrante frente a la maravilla que nos rodea; es aprender a ser calor que se transforma en luz frente al esplendor de la realidad.[1]

Por eso sería mucho mejor anunciar el hermoso testimonio de Jesús y su camino de salvación no con los mismos términos excluyentes y con ideologías fundamentalistas como lo hicieron muchos de nuestros antepasados. Ellos fueron muy intrépidos y entregados al Reino de Dios, pero hoy tenemos otra realidad, otras exigencias y otras oportunidades para comunicar el mismo Espíritu. La Iglesia en la cual seguimos el camino de Jesús no puede autoproclamarse como único instrumento universal de salvación, sino ofrecer un espacio de vida y de encuentro con el Dios vivo en Espíritu y en Verdad. “Porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo según el Espíritu y la verdad.” (v.24)

Nuestra fidelidad a Dios no puede medirse en la aceptación irracional a un credo, a unos cánones estáticos y, menos, a instituciones premodernas que se niegan a abandonar la comodidad que les representa su estructura jerárquica piramidal. Nuestra fidelidad a Dios tiene que medirse según el espíritu y la verdad, según las obras de amor, justicia, solidaridad, responsabilidad ética y social que nos exige nuestra propia humanidad y nuestro contexto vital. Nuestra evaluación como Iglesia de Cristo no ha de medirse exclusivamente por si cumplimos o no cumplimos con los mandatos del centro, sino especialmente por si ayudamos a que las personas descubran el sentido de su vida y el camino de su propia realización y felicidad.

Desde un marco abierto, de valoración, respeto y tolerancia con todas las experiencias religiosas que buscan acrecentar la vida, el Evangelio de hoy invita, además, al encuentro con Jesús. Así como Él se acercó a la samaritana, hoy se acerca a cada uno de nosotros, a nuestras familias y comunidades. Sediento, necesitado, humilde y generoso. Y se encuentra con cada uno de nosotros; con nuestra propia historia, con nuestros logros y frustraciones, con nuestros gozos y padecimientos, con nuestro constante anhelo de felicidad, de plenitud, como aquella mujer que había tenido cinco maridos, cinco fracasos y un nuevo intento por rehacer su vida.

Delante de Jesús podemos abrirnos con plena confianza. Con su Espíritu podemos descubrir nuestra propia realidad, conocer y reconocer todo lo que somos y tenemos y nuestra necesidad del agua viva que Él nos ofrece gratuitamente. Bebiéndonos confiadamente a Jesús, es decir, asimilándole a Él, a su palabra, siguiendo su camino, configurando nuestra vida a su imagen, realizando en nosotros su proyecto, vamos a experimentar la salvación. Vamos a descubrir que Él es el Mesías, que en Él hay abundante redención.

Y esa experiencia de salvación, esa alegría de haber experimentado, de estar experimentando una nueva vida, no podemos guardarla de manera egoísta. Es preciso dejar tirados los cántaros viejos, las palabras y las obras, las costumbres, los hábitos y todo tipo de actividad que no nos construye, que carecen hoy de sentido; y salir corriendo a comunicar con un nuevo espíritu, con nuevo ardor, con nueva pedagogía con un nuevo lenguaje, pero con las mismas ganas, eso que estamos viviendo con Jesús. Lo primero que tenemos que contar es lo que Jesús está haciendo con nosotros, cómo está transformando nuestra vida; cómo nosotros, sin haber alcanzado la perfección, gracias a Él, descubrimos nuestras falencias, nuestros vacíos, nuestras riquezas, nuestras cualidades y nos vamos convirtiendo en mejores hijos, en mejores padres, en mejores ciudadanos… en mejores personas.

Eso es evangelizar, comunicar el Evangelio, comunicar el mensaje de Jesús como Buena Noticia, como una gran oportunidad para crecer, como el agua viva que calma definitivamente la sed que existencialmente todos tenemos. No es trasmitir unos dogmas fijos, unas normas que se deben obedecer sin derecho a preguntar. El mensaje de la mujer a sus paisanos fue muy sencillo y paradigmático para todos nosotros que debemos ser discípulos y misioneros: “Vengan a ver un hombre que me dijo todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?” Eso es evangelizar. Propiciar el encuentro con Jesús, el Cristo, todo dentro de un ambiente de respeto. La mujer ni siquiera se atrevió a presentar a Jesús como Mesías. Sencillamente los invitó a encontrarse con Él y a sugerirles que, tal vez, Él era el Mesías.

Y la pedagogía le funcionó. Ellos fueron libremente, sin coacción, en libertad, en apertura y se encontraron con Jesús. Y dice el texto que muchos samaritanos creyeron, otros no, pero eso es normal, la fe en Jesús no puede ser una imposición colectiva, ni podemos esperar que todos la acepten. Y Jesús se quedó con ellos, y muchos maduraron y confesaron su fe a partir de su propia experiencia.

Con nuestra mentalidad jerarquizada a veces pretendemos que las personas a quienes acompañamos en el camino de fe, simplemente obedezcan nuestras órdenes dadas desde el centro, que crean como nosotros creemos, que digan amén a todo lo que predicamos, incluso a las no pocas barrabasadas que decimos desde el púlpito. Pero eso no es evangelizar; así no se forman personas con fe crítica. Así se domestican creyentes incautos, se multiplican las inseguridades y se reafirman actitudes dependientes. La evangelización debe apuntar a que quienes reciben nuestro apoyo en su propio camino de fe, después de un tiempo necesario, nos digan como les dijeron los vecinos a la samaritana: “Ya no creemos por lo que tú nos contaste: nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo.”

Oración

Jesucristo, maestro, amigo, hermano, compañero de camino. Te damos gracias por todo tu testimonio de amor, por toda tu entrega, por habernos mostrado con tu Palabra y con tu vida el amor misericordioso de Dios que es Padre y Madre. Hoy, como la samaritana, te reconocemos a nuestro lado, con la misma generosidad y disponibilidad para darnos a beber del agua viva que perdura hasta la vida eterna. ¡Gracias por ese bello ofrecimiento!

Reconocemos en nuestra historia, en nuestra larga búsqueda de felicidad, todos los logros y las frustraciones, los sufrimientos y las alegrías. Reconocemos nuestro vacío existencial que muchas veces hemos llenado con aguas malas que nos han hecho daño. Reconocemos que muchas veces hemos intentado calmar nuestra sed con aguas que nos han dejado amargura y dolor. Te damos gracias también por todos los momentos bellos que hemos compartido, por todo el amor y el gozo que hemos experimentado y que nos hacen sentir vivos.

Hoy manifestamos nuestro deseo de beber esa agua que Tú nos ofreces. Te abrimos nuestra mente, nuestro corazón, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, todo nuestro ser, para que penetres con tu Espíritu hasta lo más profundo, transformes y le des un sentido nuevo a nuestra vida. Calma nuestra sed existencial con esa agua viva, renueva nuestro ser e impulsa nuestro proyecto vital según tu plan de salvación, según tu proyecto. Estamos atentos a tu voz que nos habla cada día, que nos sigue hablando en el silencio de las horas, en el tumulto de los pueblos, en el grito de las calles… en la sonrisa y en el llanto, en el logro y en el fracaso… Estamos atentos a tu voz que nos interpela, nos cuestiona, nos invita y nos anima. Contamos contigo, sabemos que en Ti está la fuente viva y que tu luz nos hace ver la luz. Contamos contigo, confiamos en Ti y en la acción de tu Espíritu que nos conducirá a la verdad completa, a la plenitud de nuestra vida según nuestra propia naturaleza y el plan misterioso salvífico de Dios Padre y Madre. Cuenta también con nosotros, para seguir comunicando tu Palabra y propiciando encuentros maravillosos contigo, que sin duda traerán la salvación. Porque en Ti, en tu Palabra, en tu camino, hay abundante redención y está la plenitud de la vida. Amén.


[1] CORBÍ Mariá, Los rasgos de una religiosidad viable, Revista Latinoamericana de Teología (RELAT) No 325. www.servicioskoinonial.org. Pag. 18.

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Un comentario en «<strong>Homilía: III Domingo.  Tiempo de Cuaresma. Ciclo A. </strong>12 de marzo del 2023»

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