20 de agosto del 2023. IV Semana del Salterio

  • Primera lectura: Is 56, 1.6-7: “Porque mi casa es casa de oración para todos los pueblos”. 
  • Salmo Responsorial: 66, 2-3.5-6.8: “Que canten de alegría las naciones”.
  • Segunda lectura: Rm 11, 13-15.29-32: “Mientras sea su apóstol, haré honor al ministerio”.
  • Evangelio: Mt 15, 21-28: Mujer qué grande es tu fe…”.

Color: VERDE

Que se cumpla lo que deseas

Es muy fácil descubrir cuál es el tema central de las lecturas que hoy hemos escuchado: el destino universal de la salvación. Ya en la profecía de Isaías escuchábamos: “A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo… los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración”. En esta misma línea universalista está el milagro que Jesús le hace a la mujer cananea diciéndole: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. También en la carta a los Romanos se celebra la universalidad de la salvación, ya que partiendo de Abraham la bendición de Dios se difunde a todos los pueblos de la tierra.

El pasaje de la curación de la hija de la Cananea ciertamente tiene elementos chocantes para nuestra mentalidad. La frase: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel” y las palabras “hijos-perrillos, amos-perrillos” aplicadas respectivamente a los judíos y paganos no suenan bien hoy a nuestros oídos. Sin embargo, en el contexto del Evangelio y de las primeras comunidades cristianas a las que iba dirigido su mensaje son comprensibles. El relato de la curación realizada por Jesús le sirve a Mateo para mostrar la llegada del Reino y de la salvación a todos los pueblos.

Para la mujer cananea del Evangelio, la búsqueda y el encuentro con Jesús no fue fácil. Primero es el silencio esquivo de Jesús, que ni siquiera parece hacerle caso, cuando ella va gritando detrás de Él, y los discípulos se sienten molestos de aquel asedio ante el cual Jesús, aparentemente, se hace sordo. Pero hay más. Cuando la mujer de origen fenicio, corriendo, alcanzó el grupo, Jesús le dirige la frase aparentemente más dura y negativa salida de sus labios amables: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Jesús se encuentra entre la espada y la pared.

Por un lado, su misión actual se reduce a atender a los judíos; por otro lado, no puede desoír la fe de los paganos. Y la cananea sabe descubrir, tras el insulto y la negativa, el latido del corazón del Salvador no sólo del pueblo escogido sino del mundo entero. Por esto, la mujer, lejos de arredrarse y batirse en retirada ante las dificultades, vuelve a la carga y acepta el papel de pagana menospreciada y argumenta: “Es cierto, Señor: pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Sorprende ver que Jesús alabe la grandeza de fe de una madre sólo porque pide insistentemente la curación de su hija. Esta mujer no hace ningún gesto extraordinario. No vive una experiencia religiosa privilegiada. Sencillamente acude a Jesús porque desea ver curada a esa hija que tanto quiere. ¿Qué grandeza puede haber en su petición? Jesús la descubre, en esa fe va envuelto un grande amor. No pedía nada para sí. Pedía la liberación espiritual y corporal de su hija. Pero la pedía como si fuera algo propio.

El crecimiento en la vida cristiana no se puede llevar adelante si no nos convencemos (de) que todo es regalo de Dios, que todos somos extranjeros, que ante Dios nadie tiene derechos especiales, que la gratuidad divina es el hilo conductor que le puede dar consistencia a nuestra vida cristiana. Aprendamos de la cananea su humildad, aprendamos a pedir, a llorar, a defender y a enfrentar las dificultades en el camino de la fe, a ser “tercos” (insistentes) con Dios dialogando y abriéndole el corazón para pedirle lo que necesitamos y lo que necesitan los demás.

Oración: Señor, tu salvación es universal, concédenos evangelizar y no desmayar en llevar tu evangelio a todas partes, sabiendo que nuestro testamento acerca tu Reino a todos los hombres y mujeres en Cristo, nuestro Señor. Amén.

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