III Semana del Salterio
- Primera lectura: 1Re 19,9a.11-13: Sal y Pónte en el monte delante del Señor…
- Salmo Responsorial: 84, 9-14: La justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra…
- Segunda lectura: Rom 9,1-5: Una gran tristeza y un continuo dolor me afligen el corazón.
- Evangelio: Mt 14,22-23: “¡Calma, soy yo: no tengan miedo!”.
Color: VERDE
Iglesia en crisis
Después del “éxito” que representa la multiplicación de los panes, Jesús invitó a sus discípulos a embarcarse e ir hacia la otra orilla, mientras él despedía a la multitud para luego irse al monte a orar. Tan dañino como los mismos problemas, adversidades, y conflictos de diferente índole puede convertirse el éxito cuando es mal manejado. Porque una vez logrado el éxito, si éste no se sabe manejar, la persona puede mirar a los demás como inferiores, incapaces, esclavos; puede creerse dios, con la autoridad para humillar, explotar y despreciar. Y si sigue con esa lógica, tarde o temprano de estrella pasará a estrellado. Por eso Jesús, no deja inflar su ego ni se deja tentar por las aclamaciones de la gente que lo quiere hacer rey, según el comentario del Evangelio de Juan (6,15). Él Prefiere tomar las cosas con calma y retirarse al monte a orar.
Un problema grave de nosotros es que casi siempre oramos cuando nos sentimos atribulados, cuando nos sentimos ante una urgente necesidad que amenaza nuestra vida. Pero con frecuencia se nos olvida orar en medio del éxito, de los logros y de las alegrías, no solo para dar gracias a Dios, sino para tener una actitud libre y equilibrada, porque el éxito por sí mismo no da felicidad, sino que es una realidad que puede ser muy buena o muy peligrosa si no la sabemos manejar.
Jesús descubre aquí de nuevo la necesidad de orar. La necesidad de pensar, de interiorizar, de reflexionar muchas cosas a cerca de todos estos acontecimientos y de la manera como podría seguir ahora su camino. Porque si realizaba la obra de Dios, era preciso estar continuamente abierto a su Gracia para llevarla a plenitud.
Si tenemos éxito, que todos lo queremos, ojalá en vez de caer en la tentación de sentirnos dioses, con un corazón agradecido reconozcamos a Dios y nos abramos a su gracia para manejarlo bien, a fin de que sea realmente una bendición y descubramos continuamente la responsabildad que adquirirmos al recibir los dones del Señor.
Abierto a la Gracia del Padre, Jesús fue descubriendo cómo podía seguir su proyecto. Una clave importante de lectura para entender el evangelio de hoy es la barca como signo de la Iglesia. Después de compartir solidariamente el pan, Jesús apremió a sus discípulos a subir a la barca e ir hacia la otra orilla. Toda empresa necesita una estructura que le de solidez y le ayude a hacer posible los obejetivos y metas que se trace. Para darle continuidad y eficacia a la obra emprendida por Jesús, apareció la Iglesia, sin la cual los signos salvíficos de Jesús se hubieran quedado en historia.
Aunque históricamente Jesús no fundó la Iglesia como institución, la comunidad primitiva vió la necesidad de organizarse, e interpretando los signos de los tiempos, descubrió ahí la voz de Jesús que decía: “suban a la barca”, “vayan a la otra orilla” o sea formen Iglesia, sigan adelante con la misión, “como mi Padre me envió yo también los envío” (Jn 20,21), “Tu eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia”. (Mt 16,18).
Jesús no fundó la Iglesia como institución con toda la estructura como la tenemos hoy, pero sí intuyó que su obra se realizaba en comunidad, en Iglesia,y por eso la Iglesia se fundó en Jesús y solo en Él encuentra todo su valor y todo su sentido. Los discípulos, escuchando y obedeciendo la voz de su maestro, formaron Iglesia y se lanzaron hacia la otra orilla. ¿Cuál es esa otra orilla?, la meta, el Reino. Fue así como después de la muerte y resurrección de Jesús llegó el tiempo de la Iglesia que, acompañada por el Espíritu, debía continuar con la construcción de la justicia del Reino. Ese es el sentido de la Iglesia fundada en Jesús. Él siguió hacia el monte, signo del lugar del encuentro con Dios, o sea que el Jesús de carne y hueso, lo que llamanos, el Jesús histórico, ya no estaba con ellos. El Espíritu, manifestado en la Iglesia continuó la “aventura”.
Pero, como es natural, la Iglesia empezó a tener dificultades. Por una parte, el viento le era contrario, por otra, los conflictos internos y la falta de fe la desanimaban. Si nuestra empresa es contruir el Reino de Dios con sus valores: justicia, fraternidad, solidaridad, etc., vamos a tener vientos en contra. No es fácil construir justicia en un mundo estructuralmente injusto dominado por el afán de poder, el deseo de aparecer y un hambre insaciable de placer narcisista y egoísta como fin último de la vida.
No era fácilperseverar en medio del viento contrario, de las olas amenazantes, de la “horrible noche” y del miedo que inundaba los navegantes. La vida humana es frágil. Cualquiera de nosotros hubiera tenido una actitud semejante. Pero la luz de la madrugada mostró a Jesús por encima de las fuerzas adversas: “Yo he vencido al mundo”, nos recuerda el evangelio de Juan (16,33). La persona de fe siempre encontrará que después de la noche y aún en medio de la tormenta, viene un nuevo amanecer que le permite ver a Jesús caminando sobre las aguas caudalosas.
Como estamos hablando, no del Jesús histórico, de carne y hueso, sino del Jesús resucitado, cuya presencia no es evidente, los discípulos se asustaron porque pensaban que era un fantasma. “Ánimo, soy yo, no tengan miedo”, les dijo. Uno de los problemas internos de la Iglesia primitiva fue la introducción de algunos grupos con tendencia gnóstica que veían a Jesús como un espíritu, un eon, casi como un fantasma. Este texto quiere de paso decirle a la comundiad cristiana que no se deje engañar por los gnósticos; que Jesús no es un fantasma, que es el Hijo de Dios, confesión que tenemos al final del texto. “¡Verdaderamente eres el Hijo de Dios!” (Mt 14,33).
A Jesús resucitado no lo percibimos a primera vista y corremos el riesgo de confundirlo. Muchas veces durante la historia del cristianismo se ha utilizado su nombre para amenazar con la condenación eterna o con desgracias como castigo por el pecado. Para infundir miedo y someter a los pueblos a los designios de los falsos pastores del momento. Jesús nunca utilizó el miedo para llamar seguidores. Por el contrario, les reclamó a sus discípulos y a todo el pueblo la falta de fe (Mt 8,10-12; 14,27) y los invitó a vencer el miedo.
Él no les dijo que no había problemas y que todo estaba bien. ¡No!, porque en ese momento sí los había. Pero una vez reconocidos los problemas se necesitaba enfrentarlos con una fe robusta y un compromiso firme por la causa del Reino. Como les pasó a los discípulos en los inicios de la Iglesia a nosotros el miedo nos hace ver más grandes los problemas y detiene nuestro anhelo de solucionarlos. Pero la presencia viva de Jesús resucitado en nuestra barca (Iglesia) da fuerza y valor a nuestra fragiliad humana y nos capacita para vencer el miedo y para dar solución a cada realidad adversa.
Toda organziación necesita líderes, la Iglesia no es la excepción. Pedro, en las Iglesias primitivas, fue una figura representativa, un lider destacado, pero no por esto perfecto e infalible. Muchas veces se equivocó y otras veces su liderazgo estuvo dominado por el miedo. Aunque desafió situaciones adversas, fue incapaz de sostenerse sin la ayuda de Jesús. Como miembros de Iglesia debemos tener sumo cuidado, sobre todo si desempeñamos algún tipo de liderazgo, pues en momentos de crisis corremos el riesgo de dejarnos inundar por el miedo, y en el extremo por la paranoia. Entonces atacaremos a las personas pensando que nos van a atacar, porque el miedo hace ver fantasmas hasta donde está la presencia del resucitado que trae una buena noticia.
Así como Pedro, todos los discípulos y discípulas necesitamos gritar: “Señor, sálvanos”, con la seguiridad de que Jesús extenderá su mano para levantarnos y alejar todo tipo de temor. Entonces, entenderemos que sólo la fe serena en el Señor nos dará las fuerzas para permanecer sobre las aguas caudalosas, los vientos adversos y nuestros propios temores e inseguridades.
La perspectiva eclesial no la podemos perder. En medio de las adversidades en nuestras Iglesias, en medio de los problemas externos o internos y en medio de nuestras diferencias, tenemos que buscar la unidad. No porque tengamos diferencias con el “Pedro de turno” vamos a formar “rancho aparte”. Por el contrario, subidos en la barca, unidos como Iglesia, es preciso buscar lo fundamental y confesar de palabra y de obra que realmente Jesús es el Hijo de Dios. (Mt 14,33).
Que unidos como Iglesia superemos toda adversidad que nos amenaza, alejemos los fantasmas que embotan nuestra mente y descubramos cada día la presencia de Jesús resucitado presente en el amanecer de nuestra historia.
Oración
Oh Dios, gracias por nuestra comunidad eclesial en la que hemos vivido, crecido y aprendido. Gracias por esta barca en la cual navegamos hacia la otra orilla en medio de paisajes bellos, momentos de solaz y alegría, así como en medio de tormentas y vientos contrarios. Te pedimos perdón por las veces que nos hemos dejado inundar por el miedo, por las rencillas internas, los intereses egoístas, la falta de fe, de amor, de entrega y de generosidad.
Señor Jesús, ayúdanos a descubrir tu presencia viva en medio de cualquier circunstancia. Que nuestra fe y nuestra esperanza sean más grandes que todos los problemas juntos y el miedo que nos invade. Que tu amor misericordioso nos una como familia y comunidad, nos ayude a superar las diferencias, a tolerarnos y a buscar juntos la justicia del Reino en medio de nuestra barca.
Que tu Espíritu inunde con su gracia nuestra barca: comunidad, familia, iglesia… tenemos la certeza de que ningún viento nos destruirá porque vas con nosotros. Contigo vencemos todas las adversidades, los obstáculos, los miedos… todo. Contamos contigo… cuenta con nosotros, con nuestras leves fuerzas, con nuestra disponibilidad para continuar navegando… Amén.
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