Fiesta: Martes, 25 de julio del 2023

Color: ROJO

  • Primera Lectura. Hch 4, 33;5,12.27-33;12.2: “Más tarde, el rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan”.
  • Salmo Responsorial. 66, 2-3.5.7-8: “Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.
  • Segunda Lectura. 2 Cor 4, 7-15: “El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”.
  • Evangelio. Mt 20, 20-28: “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.

“Santiago, un simple pescador de Galilea, probablemente iletrado, se convierte en apóstol”

Celebramos, la fiesta de Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, uno de los Apóstoles más cercano al Señor. De hecho, lo encontramos junto con Pedro y su hermano Juan en el episodio de la Transfiguración y en la oración en el huerto de Getsemaní.

En él se cumplen las palabras de Pablo que escuchamos en la Segunda Lectura: “el tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro”. Cuántas veces alude San Pablo a su propia debilidad, a su flaqueza, a sus fallos. Cuánto hay que agradecerle su sencillez y su sinceridad. A todos nos consuela saber que los santos tuvieron defectos, incluso que algunas veces llegaron al pecado. Y que se levantaron enseguida, que pidieron con humildad perdón al Señor, aunque otra vez volvieran a caer. Y lo mismo que Pablo, Santiago el de Zebedeo y los demás apóstoles eran hombres rudos con frecuencia débiles, cobardes, ambiciosos.

No logramos entender lo que Dios quiere de nosotros. Y pensamos que para ser santos hay que vivir una existencia singular, entendemos eso como vivir en grado heroico las virtudes cristianas como si fuera algo reservado para unos pocos. No estamos convencidos (de) que el Señor vivió con toda sencillez su vida oculta, sin llamar la atención lo más mínimo, sin esas «heroicidades» en que muchos ponen la santidad, privándonos de aspirar a ella a cuantos somos pobres mortales, vasijas de barro, que quieren amar y servir al Señor.

Santiago, un simple pescador de Galilea, probablemente iletrado, se convierte en apóstol que llega hasta el “fin de la tierra” y en el primero de los Doce en dar la vida por el Señor. No le detuvo su pequeñez, su incultura, su incapacidad, más aún, esto se convirtió en su fuerza porque de este modo se manifestó “que Dios no llama a los capacitados, sino que capacita a los que llama”

Las palabras proféticas de Jesús en el Evangelio que responden a la petición de la madre de Santiago se cumplieron en Santiago: bebió el Cáliz del Señor, dio la vida por Él, compartió sus padecimientos, fue entregado a la muerte, y por esto venció, la “vida del Señor se manifestó en su carne mortal”.

Todos, pequeños y grandes, doctos e incultos, estamos llamados a esto. Desde el Bautismo somos marcados, incorporados a la muerte de Cristo, para que en nuestra vida se manifieste su victoria. A unos, como a Santiago, el Señor los llama para que gasten su existencia en el trabajo evangélico activo, a otros para que en su actuar cotidiano sean testigos de la Salvación de Dios.

Es cierto que no es fácil, que nos atacan por todos los lados, que estamos acosados, en ocasiones apurados, que nos derriban una y otra vez, pero no nos aplastan, nos desesperamos, pero no nos rematan porque, como Santiago, en todo esto vencemos por Aquel que nos ha amado.

Acerquémonos a Jesús y sigámoslo, conscientes de lo que ello implica, no buscando beneficios personales ni prebendas. Imitemos su espíritu de servicio y entrega incondicional.

(Guía Litúrgica)

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