Lunes, 10 de julio del 2023

Color: VERDE

  • Primera Lectura. Gn 28, 10-22: “Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac”.
  • Salmo Responsorial. 90, 1-2.3-4.14-15ab: “Dios mío, confío en ti”.
  • Evangelio. Mt 9, 18-26: “La niña no está muerta, está dormida”.

“El poder de Jesús es superior a todo mal”

Jacob, como la mayoría de sus contemporáneos, pensaba que Yavéh era el «dios» de un lugar, unido a la Tierra Prometida. Pensaba que, si se viajaba fuera de «su» territorio, se perdía su presencia y su protección. Pero he aquí lo que, una noche… Jacob sale de su país; llega a cualquier lugar desconocido, toma una piedra por almohada y duerme allí. Jacob descubre que su Dios es un dios universal, presente en todo lugar. Sí, en todo lugar de la tierra hay «comunicación» entre el hombre y Dios: esto es lo que significa esta escalera simbólica por la que suben y bajan los ángeles. Es el gran proyecto de Dios: establecer entre Dios y los hombres unas relaciones personales. “Yo estoy contigo y te guardaré donde quiera que vayas”, palabras reconfortantes y esperanzadoras que deben servirnos de alicientes cuando tenemos días grises en los que a veces pensamos que el mundo se nos viene encima.

El evangelista san Mateo nos narra hoy dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su hija que había fallecido, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto. Ambas personas se le acercan con mucha fe y obtienen lo que piden. El poder de Jesús es superior a todo mal, cura enfermedades y libera incluso de la muerte. En eso consiste el Reino de Dios, la novedad que el Mesías viene a traer: la curación y la resurrección. En los sacramentos es donde nos acercamos con más fe a Jesús y le «tocamos», o nos toca Él a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida.

 En el caso de la mujer hemorroísa, vemos que ésta se ve obligada a “robarle” el milagro a Jesús. Recordemos que una mujer con flujo de sangre no debía estar entre la gente y mucho menos tocar a un hombre. Es por eso que no pide que la curen, simplemente toca el manto, y su fe, la cura. Jesús notó que había salido fuerza de Él. Así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos jurídicamente válidos «porque Cristo los instituyó hace más de dos mil años», sino la vida que Jesús nos transmite hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado.

El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. Acerquémonos a Jesús, sin temor y pongamos en sus manos todas nuestras dolencias. No dudemos de su presencia permanente entre nosotros.

(Guía Litúrgica)

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