• Primera lectura: Ecl 35,12-14.16-18: La oración del humilde traspasa las nubes.
  • Salmo Responsorial: 33: El Señor está cerca de los atribulados.
  • Segunda lectura: 2Tim 4,6-8.16-18: Afronté dignamente el combate.
  • Evangelio: Lc 18,9-14: El que se humilla será enaltecido.

Color: VERDE

La enseñanza de Ben Sira, heredero de la tradición profética, afirma que Dios no es parcial ni acepta soborno, a diferencia de los hombres, que suelen discriminar por razones sociales, raciales o ideológicas. Esta convicción, que resalta el amor preferencial de Dios por los pobres y oprimidos, será aplicada plenamente por Jesús y transmitida por los apóstoles. Dios siempre acoge a quienes reconocen su fragilidad y buscan su perdón, mientras que deja a los soberbios extraviarse en su orgullo.

La parábola del fariseo y el publicano refleja esta mirada divina: Dios no juzga por apariencias, sino por lo que hay en el corazón. Aunque los adversarios de Jesús lo enfrentaban, reconocieron su integridad: enseñaba con verdad y sin acepción de personas. Su misión rompió barreras de discriminación religiosa, social y racial, acogiendo a prostitutas, publicanos, leprosos, extranjeros y paganos. Jesús escuchó al centurión romano, visitó a samaritanos, curó a la hija de la sirofenicia y atendió a multitudes en la Decápolis. Sus viajes por el lago simbolizan su poder de reconciliar lo que estaba dividido, mostrando que el amor de Dios es universal.

En la sinagoga de Nazaret, al recordar que Elías y Eliseo beneficiaron a extranjeros, Jesús provocó rechazo en su pueblo, que se resistía a aceptar un Dios sin fronteras. Sin embargo, el mensaje bíblico insiste en que todas las criaturas son valiosas para el Creador. Israel fue elegido, pero para ser luz de las naciones y testigo del Dios liberador. Los profetas anunciaron que esta misión implicaba abrir los ojos de los ciegos y liberar a los cautivos, mostrando un amor universal.

La parábola subraya la diferencia entre el publicano y el fariseo en la oración. Ambos acuden al templo, pero el primero reconoce humildemente su pecado y recibe la gracia del perdón, regresando reconciliado y en paz. El fariseo, en cambio, se encierra en su orgullo, confiado en sus méritos y despreciando a los demás, lo que invalida su supuesta virtud. La oración no es autorreferencia ni celebración de uno mismo, sino encuentro de amor con Dios y con los hermanos, experiencia de misericordia y gratitud.

El relato invita a examinar nuestra manera de orar, evitando la falsa seguridad de identificarnos con el publicano y olvidando que también podemos caer en actitudes farisaicas. Se trata de cultivar un corazón humilde, fraterno y abierto a la misericordia.

El papa Francisco nos recordaba que la oración es el alma de la misión: sin ella, la evangelización corre el riesgo de volverse arrogante e impositiva. El anuncio cristiano debe ser humilde, respetuoso de la libertad y la historia de cada persona. La verdadera humildad no niega la verdad, sino que la hace presente como fuerza que juzga, perdona y salva.

(Guía Mensual)

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