• Primera lectura: Jr 38,4-6.8-10: Represión a la predicación de Jeremías.
  • Salmo Responsorial: 39: Señor, date prisa en socorrerme.
  • Segunda lectura: Hb 12,1-4: Despojémonos, como ellos, de todo peso inútil.
  • Evangelio: Lc 12,49-53: Yo vine a encender fuego en el mundo.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

Jeremías el crítico: el crítico analiza la sociedad y desarrolla la capacidad para descubrir lo que hay en el fondo de los acontecimientos. El crítico lee el presente y descubre las ideologías que dominan. Sabe ver lo que va debajo de las aguas mansas; descubre lo que hay detrás de los discursos, detrás de una aparente calma, una aparente victoria o de aquello que se esconde detrás de una personalidad arrolladora.

Jeremías fue un crítico. Ser así hace parte del talante profético. A partir de su análisis de la sociedad y con los ojos puestos en el proyecto de Dios, tuvo el valor de denunciar aquello que pasaba en la sociedad judía de su tiempo. Debido a los manejos políticos del rey Sedequías, sus compinches y, en general, a la forma como la gran mayoría de gente asumía la vida, Jeremías anunció la caída de Jerusalén (Jer 38).

Por eso salieron los compinches del rey a pedir la muerte del crítico, arguyendo que con semejantes discursos desmoralizaba la tropa y a todo el pueblo, y que, con todo eso no buscaba otra cosa sino el mal para todos. Como los críticos molestan a los mandatarios mediocres que no alcanzan a ver más allá de “sus narices”, Sedequías autorizó que acabaran con el profeta.

¡Cómo son las cosas de Dios! Con toda la desconfianza que normalmente tienen los judíos con los extranjeros, desconfianza convertida a veces en xenofobia, fue un extranjero, el etíope Ebedmélec, quien intercedió para que liberaran a Jeremías, que estaba condenado a morir en una cisterna llena de fango.

Vale la pena revisar nuestra vida y describir cuál es nuestra reacción ante una crítica. Necesitamos aprender a escuchar a los críticos. Necesitamos críticos, profetas que se atrevan a levantar la voz para manifestar aquello que va muy sutilmente por debajo del agua y que destruye todo a su paso sin darnos cuenta.

Vale la pena aclarar que necesitamos críticos, no criticones, ni chismosos. El chismoso es un ser infeliz, un ser frustrado desde todo punto de vista. Un ser envidioso que sufre con el gozo de los demás y por eso quiere que todos sean desgraciados como él. Este tipo de especímenes le hace mucho daño a las comunidades, a las familias y, por supuesto, a la Iglesia. “Que la muchachita de la esquina sale con dos tipos a la vez… que el niño pequeño del vecino parece que no es del marido porque no se le parece, que el del frente compró carro nuevo seguro porque anda en malos pasos, que a la niña bonita la ascendieron seguro porque  se acostó con el jefe…”

Y si es en la Iglesia, los chismosos no faltan, porque como en ninguna parte los quieren buscan refugio donde sea y como no aman a nadie dicen amar a Dios. Y aquí también siembran cizaña y hacen mucho daño: “Que el padrecito tal tiene un hijo, que esta señora no sé qué cuento tiene porque ahora viene muy seguido a la Iglesia, que a la nueva ministra de comunión la han visto salir de algunos sitios no recomendables…”

Ojalá nosotros no caigamos en el chisme. En el fondo, el chismoso tiene un gran anhelo de felicidad y logra calmar su amargura con sus prácticas, pero termina cada vez más hundido y, a veces, hundiendo a los demás.

Por el contrario, el crítico es un ser que lucha por la felicidad propia y la de los demás. Al crítico le duele la injusticia, le molesta la corrupción, la mentira, la deshonestidad y por eso las denuncia, las enfrenta, inclusive arriesgando su propia vida.

Que el Señor nos libre de los chismosos y nos envíe profetas críticos que anuncien y denuncien. Necesitamos asumir el compromiso de bautizados y convertirnos en profetas críticos.

El conflicto y la paz de Jesús: aquí podemos encontrarnos con dos extremos dañinos: personas conflictivas y personas con miedo al conflicto. El conflictivo busca problemas en todo lado. Pelea donde lo pongan: en el barrio, en el trabajo, en el deporte, en la familia, en la Iglesia, en una fiesta, en todo. Todo lo ve desde el problema, para él no hay nada bueno.

Por el contrario, quien le tiene miedo al conflicto todo lo deja pasar para no meterse en problemas. Sus frases típicas son: llevemos la fiesta en paz, no nos metamos en problemas, hagamos como si no lo hubiéramos visto…

Es necesario ser hombres y mujeres de paz, promotores de la armonía. Pero el conflicto muchas veces es necesario.

Necesitamos entrar en conflicto con nosotros mismos. Enfrentarnos a nosotros mismos y describir nuestras fallas humanas, nuestras incoherencias, infidelidades, amarguras, etc. Quien tiene miedo a enfrentarse a sí mismo, quien no acepta sus errores y la necesidad de cambiarlos, quien siempre está en una actitud defensiva y le echa la culpa a todo el mundo de sus desgracias, nunca crece y se queda nadando en el fango, aunque lamente su desgracia.

Necesitamos entrar en conflicto muchas veces con nuestros seres queridos. Con nuestra pareja, con nuestros hijos, nuestros hermanos u otro ser querido. Necesitamos descubrir y enfrentar las injusticias que se comenten, muchas veces, en las mismas familias. Esposos machistas, esposas gastadoras compulsivas, hijos desordenados, en fin… cualquier actitud que pueda hacer daño. El miedo al conflicto hace que muchas personas sufran en silencio y no hagan nada por sí mismas. El miedo al conflicto ha hecho perder empresas, familias, comunidades, pueblos enteros también.

Necesitamos entrar en conflicto con la sociedad, con las estructuras que no andan bien. Denunciar las injusticias, nadar contra corriente cuando así lo amerite la situación.

Podríamos pensar que el evangelio se contradice, pues en algunos apartes invita a hacer la paz y en éste dice que Jesús no ha venido a traer paz sino guerra.

En muchos momentos los evangelistas nos presentan a Jesús como un hombre pacífico y gestor de paz. En el nacimiento, Lucas presenta a Jesús como una gran noticia para toda la humanidad, en especial para los pobres (representados en la figura de los pastores). Noticia que traerá la paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2,12). En su ministerio Jesús envió a los primeros discípulos a anunciar el Reino y les pidió que saludaran con la paz (Mt 10,12-13/ Lc 10,5-6). Además, los invitó a ser sal y a vivir en paz unos con otros (Mc 9,50). Muchas veces, después de un encuentro sanador con alguna persona, la despedía con estas palabras: “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 8,48 / Mc 5,34). En la resurrección saludó a sus discípulos con la paz: “La paz sea con ustedes” (Jn 20,10.21.26 / Lc 24,36).

Pero en el evangelio que hoy leemos pareciera que la cosa fuera totalmente distinta. ¿Piensan que vine a traer tranquilidad al mundo? Les aseguro que no: yo vine a traer divisiones. De ahora en adelante, si hay cinco en una familia, se pondrán tres de una parte y dos de la otra. Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.” (Lc 12,51-53).

El Cuarto Evangelista nos puede ayudar a entender mejor esta situación. “Mi paz les dejo, mi paz les doy, pero no como la da el mundo” (Jn 14,27). Aquí está muy claro. La paz de Jesús no es la paz de los cementerios. No es la paz de quien dice: “déjenme en paz”, “déjenme tranquilo”, “no me metan en problemas”, “yo no fui…” La paz de Jesús no es como la paz del mundo. Específicamente la paz de Jesús no tiene nada que ver con la política de “Pax Romana”. Ésta consistía básicamente en la pacificación del imperio con la fuerza de las legiones (batallones muy entrenados y armados). Buscaba que todo el imperio, con sus colonias, aceptara la voluntad del emperador y trabajara para los hombres libres. En síntesis, un montón de esclavos debía trabajar para unos cuantos ciudadanos libres sin alguna manifestación insurrecta, pues ésta era inmediatamente pacificada por las tropas imperiales. 

La paz de Jesús viene como consecuencia de todo un proceso de liberación a nivel personal y comunitario (Lc 4,18-28). La paz de Jesús viene como una consecuencia del Reinado de Dios (Mc 1,14-15), que es totalmente opuesto al reinado del César (Mt 22,15-22) y al de todas las fuerzas desintegradoras del ser humano (Mt 10,1-16 / Mc 6,6-13 / Lc 9-10). Por eso, la paz de Jesús muchas veces implica entrar en conflicto con los generadores de violencia e injusticia. Entrar en conflicto no significa actuar con violencia. Jesús rechazó, de plano, la violencia e invitó a construir el Reino con medios pacíficos.

No se trata de que Jesús haya impulsado la guerra para que, después, sobre las cenizas, se construyera la paz, como suelen entenderlo algunos defensores de la violencia. “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, afirman quienes justifican la combinación de todas las formas de lucha, incluida la violencia, para alcanzar los cambios sociales, o para mantener un statu quo. Desde la perspectiva de Jesús, se entra en conflicto no porque se busque éste como tal, sino porque se construye la justicia en una sociedad estructuralmente injusta. Se entra en conflicto porque las fuerzas que mantienen oprimidas a las personas, tanto ayer como hoy, son muy fuertes, y quien quiera impulsar la liberación de los oprimidos (Lc 4,18) encontrará obstáculos. Jesús entró en conflicto no porque haya sido un hombre conflictivo, sino porque su coherencia ética y su libertad profética chocaron con un sistema que se sostenía fundamentalmente con el poder y el dinero, elementos cuestionados radicalmente por Él.

Jesús entró en conflicto porque buscó que la humanidad, empezando por su grupo de amigos, se organizara no con la fuerza del poder y el dinero, sino con la fuerza del amor y el objetivo del servicio (Jn 13 / Mc 10,41-45). Porque buscó una humanidad organizada de otra forma, de tal manera que el poder y el dinero no fueran patrimonio de unos pocos, sino que sirvieran para hacer realidad una sociedad más humanizada y solidaria. Jesús entró en conflicto porque su proyecto chocaba con una sociedad sustentada con el derecho romano, que exaltaba a los poderosos y legitimaba la apropiación de la tierra y de las vidas humanas (la esclavitud). Jesús entró en conflicto porque chocó directamente con Roma y sus aliados, los Sumos Sacerdotes, los ancianos, los escribas y saduceos, y el resto de personajes conformes con esa sociedad romanizada. Por eso, lo mataron colgándolo de un madero, muerte que propinaron los romanos en Palestina desde el año 63 a.C. hasta el año 70 d.C. a los rebeldes políticos, según lo afirma Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d.C.

Las primeras comunidades cristianas que fueron fieles a la enseñanza de Jesús entraron en el mismo conflicto de su maestro. Además, entraron en conflicto hasta con su misma familia porque con la reforma farisea, dada después de la guerra judía (66-70 d.C), todo aquel que fuera cristiano era expulsado de la sinagoga, de la comunidad y hasta de su propio hogar. Por eso, seguir a Jesús implicaba entrar en conflicto con todo un sistema social y hasta con los miembros de su misma casa. Jesús, para los judíos ortodoxos, seguía siendo considerado un falso profeta que mereció la ignominiosa muerte de la cruz, y todo aquel que lo siguiera debía ser rechazado.

Claro que la paz de Jesús no es sólo ausencia de conflicto. Es más, aún en medio del conflicto por su causa se puede vivir en paz: “Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

¿La paz que nosotros buscamos es la paz de Jesús? Aparte de rezar por la paz de nuestros pueblos y del mundo entero, ¿somos personas comprometidas con la construcción de la justicia y la paz, con medios no violentos? ¿Pienso que, como creyentes, debemos estar alejados de todo conflicto y buscar nuestra paz en “Cristo”, sin importar que el mundo se venga abajo? ¿Qué papel juegan Jesucristo y su causa en mi vida, y qué papel juego yo en este mundo? ¿Puedo decir, sin sonrojarme y sin engañarme, que soy un discípulo de Jesús en el hoy de mi historia? ¿Creo en el Jesús comprometido que arriesga su vida y su seguridad personal para defender la vida y la dignidad humana?, o ¿prefiero el “Jesucristo light”, el hombre superestrella, que nos presenta la religión de “autoayuda” de mercado y los predicadores mediáticos?

Padre, te damos gracias por el testimonio profético de Jeremías. Te bendecimos por Jesús y su búsqueda constante de la justicia del Reino, a pesar de que muchas veces su Causa lo llevó a entrar en conflicto, con el conocido desenlace final.

Te pedimos que nos libres del chisme, de la murmuración y la criticadera destructiva al interior de nuestras familias, comunidades y grupos humanos. Danos la capacidad de reflexión para enfrentarnos a nosotros mismos, descubrir nuestras falencias y la necesidad de cambio. Danos la capacidad para ser profetas que denuncian y anuncian. Haz de nosotros personas críticas, humildes como palomas y sagaces como serpientes.

Haz de nosotros personas trabajadoras por la paz que Tú quieres, así tengamos que entrar en conflicto y nadar contra corriente, con la certeza de que Tú conduces nuestra vida y nuestra historia y nos libras, como a Jeremías, de la fosa fatal y de la charca fangosa. Que en medio de cualquier situación seamos personas portadoras de auténtica paz y de felicidad. Amén.

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