Viernes, 18 de julio del 2025
Homilía: XVI Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C
Color: VERDE
- Primera Lectura. Éx 11,10-12,14: “La sangre será su señal en las casas donde estén”.
- Salmo Responsorial: 115,12-13.15-16be.17-18: “Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor”.
- Evangelio. Mt 12,1-8: “…el Hijo del hombre es señor del sábado”.
“La dignidad del hombre está por encima de toda la ley”
Hoy se nos describe la cena pascual, tal como la celebran cada año los judíos, proyectada ya a aquella noche decisiva de su historia, cuando Moisés, con la ayuda de Dios, los condujo en la salida de Egipto. La cena de despedida está descrita con los ritos que luego se harían usuales: la reunión familiar, el sacrificio del cordero con cuya sangre marcan las puertas, la cena a toda prisa, con panes ácimos, sin acabar de fermentar. Esta celebración, repetida cada año, será para Israel un memorial, “un día memorable para ustedes, y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor para siempre”. Es la gran prueba de amor de Dios, que salva a su pueblo.
La experiencia de Israel en la primera Pascua nos ayuda a entender toda la riqueza de la segunda, la Pascua de Jesús, que se nos comunica ahora a nosotros, sobre todo en la Eucaristía. “Pascua” significa “paso, tránsito”. Fue Dios el que “pasó de largo” ante las puertas de los judíos, señaladas con sangre y fue Israel el que “pasó” de la esclavitud a la libertad, sobre todo a través de las aguas del Mar Rojo hacia nuevos horizontes. Para nosotros, la Pascua verdadera se ha cumplido en Cristo: “antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre…” (Jn 13, 1). Él atravesó las aguas de la muerte para entrar en la nueva existencia, a la que, como nuevo Moisés, nos conduce a todos sus seguidores.
El evangelio presenta una controversia entre Jesús y los fariseos acerca de la observancia del sábado. Les dice a ellos y a nosotros que debemos juzgar las cosas desde el interior. Lo que cuenta ante todo no es la observancia rigurosa y minuciosa de las reglas, sino el espíritu que en ello ponemos: el gesto sólo tiene valor por el amor que contiene. Jesús no abolió la Ley del Sábado, sino que la interpreta desde el interior, y le da plenitud. Debemos cumplir la ley, ya sea civil o religiosa, igual que lo hacía Jesús, que acudía cada sábado a la sinagoga y pagaba el impuesto al César. Pero no debemos ser tan intransigentes. La dignidad del hombre está por encima de toda la ley.
Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando a Oseas: “misericordia quiero y no sacrificios”. Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas. Era más importante saciar el hambre de ellos que guardar el sábado. Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás.
(Guía Litúrgica)
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