Domingo, 6 de julio del 2025
- Primera lectura: Is 66,10-14c: Los consolaré como consuela una madre a su hijo.
- Salmo Responsorial: 65: Les contaré lo que ha hecho conmigo.
- Segunda lectura: Gal 6,14-18: Me glorío de la cruz de Cristo.
- Evangelio: Lc 10,1-12.17-20 (breve 1-9): Designó a otros setenta y dos y los envió.
Color: VERDE
“Discipulado y apostolado”
Reconstrucción: la primera lectura, tomada del tercer libro de Isaías, corresponde al post-exilio, es decir, al tiempo cuando parte del pueblo de Israel volvió de Babilonia a su tierra, después de 49 años de destierro. Los judíos en Babilonia se comportaron de forma distinta. Muchos se acomodaron fácilmente a la cultura dominante y abandonaron la propia. Otros, con la ayuda constante de los líderes religiosos, ansiaban con todas sus fuerzas volver a su tierra para reconstruirla y ser felices allí.
Muchos textos testifican el sentimiento de los judíos y sus deseos por volver a su tierra: “Junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia de Sion; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras, allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar, nuestros opresores a divertirlos… pero cómo cantar un cántico de Sión en tierra extrajera? Si me olvido de ti Jerusalén, que se paralice la mano derecha…” (Sal 136).
Las ganas que tenían de volver los ayudó a resistir y a insistirle a Ciro, Rey de Persia, que se había tomado el poder, para que les permitiera volver a su tierra. Por fin, Ciro les permitió volver. Cuando entraban a su tierra, entonaron el salmo que muchas veces cantamos al iniciar nuestras celebraciones: “Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor…” (Sal 121).
Pero al llegar a la tierra encontraron un panorama muy desalentador: Todo estaba destruido y otros pueblos habían invadido parte de su territorio. No obstante, los muchos problemas, sumado a los conflictos con quienes se habían quedado e intentaban reconstruir el país a su manera, se unieron para trabajar juntos y rehacer todo con la fuerza del trabajo humano y con la ayuda de Dios.
El profeta Isaías que muchas veces denunció las injusticias del pueblo y anunció el retorno de éste a su tierra, ahora lo animaba a que, confiando en la mano generosa del buen Dios, reconstruyera integralmente el tejido social. Ya había pasado la época de la deportación, ya había pasado el tiempo de la resistencia e incluso la alegría y el entusiasmo del retorno. Ahora llegaba la hora de la reconstrucción, de la entrega, del sacrificio, del esfuerzo, para hacer realidad el pueblo soñado de cuya tierra mana leche y miel, gracias al trabajo y a la bendición de Dios, que siempre acompaña a su pueblo como una buena Madre: “Como un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo”.
Vale la pena tener en cuenta esta experiencia de Dios cuando nuestro entorno personal o social se torne desolador, ante alguna situación difícil de nuestra familia, de nuestras comunidades, de nuestros pueblos o en general por la realidad mundial. Hoy podemos llevar luto, pero con la gracia de Dios podemos reconstruirlo todo. Necesitamos resistir, insistir, trabajar con fe, con esperanza y con la confianza puesta en nuestro Padre y Madre Dios: “al verlo se alegrará nuestro corazón y nuestros huesos florecerán como un prado… La mano del Señor se manifestará en sus siervos”.
Iglesia misionera: la tarea de la evangelización es responsabilidad de todo cristiano. Después de hacer camino y de haber experimentado el amor de Dios en su propia vida, el discípulo debe convertirse en apóstol. Los doce fueron discípulos y luego apóstoles (Mt 10,1ss). Los setenta y dos también fueron discípulos; luego Jesús los envió y los convirtió en apóstoles del Reino. Nosotros tenemos que ser discípulos y experimentar toda una transformación de nuestra vida. Y todos, una vez hecho camino de discipulado, hemos de convertirnos en apóstoles del Reino.
“La mies es abundante y los obreros pocos; pidan al dueño de la mies que envíe más obreros a su mies”. Este fragmento del evangelio es, con frecuencia, utilizado para hacer promoción y oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas. ¡Claro que es muy válido! Pero las vocaciones sacerdotales y religiosas no son la única ni necesariamente la mejor forma de ser discípulos y apóstoles. Son, sencillamente, una forma para hacer camino de discipulado y apostolado.
La vocación (es decir, el llamado) no es específicamente para ser sacerdotes o religiosos sino para hacer camino con Jesús. Asimismo, el apostolado no es una tarea exclusiva de sacerdotes o religiosos. Es una tarea propia de aquel discípulo maduro que tiene un mensaje de amor para la humanidad. Toda la Iglesia, todos los cristianos estamos invitados a hacer camino de discipulado y apostolado.
Digamos algo acerca de las recomendaciones prácticas de Jesús a los setenta y dos: “Pónganse en camino”. El camino es lo propio del discípulo. Esta vez el camino ya no es sólo para seguir a Jesús sino para anunciarlo. Tal vez, vivamos un cristianismo cómodo, de rezos y no más. Otros (sacerdotes, monjas, obispos, papas, etc.) han sido los protagonistas. Es hora de despertar y ponernos en camino. La Iglesia es de todos. La responsabilidad es de todos.
“Yo los envío como corderos en medio de lobos”.Jesús conocía muy bien la realidad humana. Era consciente de los peligros que implicaba anunciar el Reino de Dios en un mundo estructuralmente injusto. Hoy esa realidad no ha cambiado. A nadie persiguen por hablar de Jesús; pero si se asume de verdad su Causa, nos daremos cuenta de que realmente estamos como ovejas en medio de lobos. Así que es necesario ser muy prudentes.
Cuando habla de no llevar dinero, provisiones ni calzado, más que una prohibición concreta, es una invitación a una vida austera y sencilla. Primero, por la forma de vida del cristiano, y segundo, porque lo que debe llamar la atención no deben ser las arandelas que cubren al ser humano, que hoy brillan y mañana se marchitan, sino la calidad humana del apóstol.
La paz era y sigue siendo el saludo del judío: “shalom”. Más que un saludo rutinario el apóstol debe ser un portador de paz por excelencia. La casa, la familia, el trabajo, el entorno vital en el que se desarrolla el apóstol del Reino han de ser lugares de paz. ¡Tremenda misión!
El apóstol ha de ser un luchador contra el “demonio”. Hablar de demonios hoy puede ser un tanto riesgoso por todas las connotaciones mágico-religiosas que tienen en nuestro contexto. Los grupos neopentecostales, tanto los que militan en la Iglesia Católica (Los Renovados, la Renovación Carismática, etc.) como los que están fuera de ella (algunas sectas de origen norteamericano, como los pentecostales, cuadrangulares, evangélicos, los del séptimo día, misión mundial, etc.), dicen vivir en una lucha constante contra el demonio. Lo ven en la falda de la muchacha coqueta, en los ojos del joven rebelde, en aquel que gusta de la religiosidad oriental… en fin, ven el demonio hasta en la sopa.
La palabra daimonion, o daimón en diminutivo, no tiene ninguna relación etimológica con Satanás o con el diablo. En el lenguaje antiguo significaba una divinidad menor o algunos seres intermediarios, poderes mágicos impersonales en el hombre o algún genio tutelar. En general, se utilizaba este término para hablar de poderes invisibles desconocidos y todo aquello que sobrecogía al ser humano. Sobre todo, aquello que causaba enfermedades. Más que seres personales eran realidades que afectaban al ser humano y lo hundían en el dolor. Normalmente, se decía que estaban poseídos por demonios, aunque sería más exacto hablar de afligidos por realidades que los aplastaban.
Cuando el evangelio habla de los demonios que obedecían a los apóstoles y de Satanás que caía, no significa que Jesús haya enviado a exorcizar y a echar demonios, como equivocadamente muchos grupos lo entienden hoy. Se trata de luchar contra todo aquello que aplasta al ser humano y lo somete a una vida rastrera e infeliz. La Buena Noticia del Reino lleva consigo la lucha decidida para rescatar al ser humano de todas sus cadenas y conducirlo a una vida plenamente realizada y feliz.
Finalmente, resaltemos la alegría de los apóstoles. Es la alegría de aquel que siente que está aportando algo para que el mundo no siga el mismo con las mismas. Es la alegría de aquel que supera la simple animalidad consumista y da lo mejor de sí para que el mundo sea mejor. De aquel que se convierte en protagonista del devenir histórico. Es la alegría propia de los trabajadores del Reino. La alegría es signo de que el plan de Dios se está haciendo realidad en el ser humano, pues el Padre y Madre Dios se gloría en la alegría de sus hijos. Eso es lo que normalmente quieren los papás para sus hijos: que sean felices, que vivan colmados de alegría.
Ojalá que en cada encuentro de hermanos todos estemos rebosantes de alegría porque trabajar en el Reino de Dios nos debe mantener siempre alegres y optimistas. Ojalá que nuestros nombres también estén escritos en el cielo, que hagamos parte de la gozosa transformación de nuestra historia hacia la instauración de la justicia del Reino.
Oración
Padre, te damos gracias porque siempre conduces nuestra historia hacia la plena realización. Porque suscitas personas, líderes, mensajeros y mensajes necesarios para cada momento histórico. Gracias, porque en cada momento podemos sentir tu presencia que nos consuela como una buena madre en su regazo, nos reconforta con su abrazo como un buen padre y nos conduce a la verdad completa con la gracia del Espíritu.
Te pedimos que nos ayudes a enfrentar con fortaleza, entusiasmo, alegría y esperanza cada momento que nos toque vivir. A enfrentar las frustraciones, los problemas y los fracasos con la esperanza cierta de que, con tu ayuda, saldremos de ellos humildes y victoriosos, fortalecidos y con la lección aprendida. Ayúdanos a disfrutar de nuestros sueños al igual que de nuestros logros; mantén en nosotros la certeza de que vivimos para Ti, para el amor, para la fraternidad, para la alegría y para la felicidad plena. Que los grandes o pequeños dolores no nos van a frustrar ni a quitar la alegría de sentirnos parte de tu plan de salvación. Ayúdanos a trabajar unidos para construir y reconstruir nuestra vida de manera que podamos experimentar en cada momento tu amor paternal y maternal que nos envuelve, nos protege, nos libera y nos conduce siempre por el mejor de los caminos.
Gracias, porque por medio de tu Hijo Jesucristo nos sigues llamando a ser buena noticia. Nosotros también queremos ser discípulos y apóstoles de la justicia del Reino. Queremos combatir el odio, el desamor y la tristeza, y sembrar fe, esperanza, amor, paz y alegría. Hoy queremos decirte, Padre y Madre Dios, que disponemos nuestra mente, nuestro corazón, nuestras familias y comunidades para que reines con toda tu plenitud. Queremos manifestar al mundo, con nuestras palabras y con nuestras obras que tu reino se hace presente en nuestras vidas como una Buena Noticia que dinamiza toda nuestra historia. Queremos experimentar cómo poco a poco nuestros nombres van quedando grabados en la historia de la salvación que vamos escribiendo con la gracia de tu Espíritu. Nos sentimos enteramente tuyos, llevados siempre por tus manos grandes, generosas y protectoras que nos conducen irreversiblemente a la plenitud. Amén.
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