Miércoles, 25 de junio del 2025
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- Primera Lectura. Gén 15,1-12.17-18: “No temas, Abrahán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante”.
- Salmo Responsorial: 104,1-2.3-4.6-7.8-9: “El Señor se acuerda de su alianza eternamente”.
- Evangelio. Mt 7,15-20: “Por sus frutos los conocerán”.
“Que nuestras acciones hablen más fuerte que nuestras palabras”
Muchas veces, en la vida, podemos ser engañados por palabras bonitas o promesas que suenan bien, pero que no tienen raíz en la verdad ni en el amor. Jesús nos advierte hoy sobre los falsos profetas, aquellos que se presentan con apariencia de bondad, pero cuyas intenciones y acciones terminan dañando a los demás. “Por sus frutos los conocerán”, nos dice con claridad. No basta con decir o parecer; lo que realmente importa es lo que sale de nuestro corazón y se manifiesta en nuestras obras.
Distinguir a los verdaderos profetas de los falsos no siempre es fácil. Los verdaderos profetas son personas que, más allá de las palabras, viven con coherencia, humildad y entrega. Sus frutos son la paz, la justicia, la compasión y la verdad. Son aquellos que, como Jesús, se preocupan por los demás, construyen comunidad, ayudan a los necesitados y buscan siempre el bien común. Los falsos, en cambio, pueden hablar de Dios, pero sus acciones revelan egoísmo, división o intereses ocultos.
La historia de Abrahán nos muestra el ejemplo de un hombre que confió en la promesa de Dios, incluso cuando todo parecía imposible. Abrahán no se dejó llevar por las dudas o los miedos, sino que creyó y, por esa fe, fue bendecido y se convirtió en fuente de bendición para muchos. Dios selló con él una alianza eterna, y el salmo nos recuerda que el Señor nunca olvida sus promesas. Los frutos de la vida de Abrahán no fueron inmediatos, pero su fe y su fidelidad dieron origen a un pueblo entero y a una historia de salvación.
Hoy estamos llamados a ser árboles que dan frutos buenos, a vivir de tal manera que nuestras acciones hablen más fuerte que nuestras palabras. Ser personas de fe auténtica, que buscan la verdad, que construyen paz y que, como Abrahán, confían en la fidelidad de Dios aun en medio de la incertidumbre.
Pregúntate hoy: ¿Qué frutos estoy dando en mi vida? ¿Mis palabras y acciones reflejan la bondad y la verdad de Dios? Que podamos ser reconocidos como verdaderos discípulos por los frutos de amor, justicia y esperanza que brotan de nuestro corazón. Así, seremos bendición para los demás y testigos vivos de la alianza eterna de Dios.
(Guía Litúrgica)
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