• Primera lectura. Hb 2,5-12: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré”.
  • Salmo Responsorial: 8,2a y 5.6-7.8-9: “Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos”.
  • Evangelio. Mc 1,21-28:“Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”.

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“¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos.” Con estas palabras del Salmo 8, somos invitados a meditar sobre la grandeza del amor de Dios por la humanidad. A pesar de nuestras debilidades y limitaciones, Dios nos ha elevado a una posición especial en su creación. Nos ha coronado de gloria y dignidad, y nos ha confiado el cuidado de su obra. Esta realidad debe llenarnos de asombro y gratitud.

En la primera Lectura de hoy, de la Carta a los Hebreos, vemos que aunque fuimos hechos «poco inferiores a los ángeles», Jesús, el Hijo de Dios, se hizo verdaderamente humano, compartiendo nuestra naturaleza, para restaurarnos y salvarnos. Él, que es superior a todo, no dudó en hacerse uno de nosotros para liberarnos del poder del pecado y de la muerte.

Este acto de amor y de identificación con nuestra humanidad es muestra de cuánto valemos para Dios. Jesús no solo nos redimió, sino que se hizo nuestro hermano, haciéndose uno con nosotros en todas las cosas, excepto en el pecado. La dignidad que Dios nos ha otorgado se realiza plenamente en Cristo, que nos restaura y nos da una nueva vida en Él.

Jesús sigue actuando con autoridad en la sinagoga de Cafarnaún. Allí, libera a un hombre poseído por un espíritu impuro. La reacción de la gente es de asombro: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo». Jesús, al liberar al hombre de su opresión, nos revela el poder transformador del amor y la misericordia de Dios. El hombre, que estaba atado por el mal, es restaurado y liberado por la Palabra poderosa de Jesús.

Esta acción simboliza lo que Él vino a hacer por cada uno de nosotros: liberarnos de todo lo que nos esclaviza, ya sea el pecado, el miedo, los sistemas injustos o las heridas del pasado. Jesús, con su autoridad divina, quiere restaurarnos a la plenitud de vida y dignidad para la cual fuimos creados. Así como el hombre del Evangelio fue liberado, nosotros también estamos llamados a experimentar la liberación que nos ofrece.

Hoy, mientras reflexionamos sobre nuestra dignidad como hijos de Dios, recordemos que Jesús vino a restaurarnos y a darnos una vida plena en Él. Nos ha dado el mando sobre las obras de sus manos y nos invita a participar en su misión de liberación y sanación en el mundo. Nuestra vida tiene un gran valor para Dios, y estamos llamados a vivir con esa conciencia.

Santa Teresa de Jesús decía: «Tan alta empresa es el hombre para Dios». Que estas Palabras nos recuerden siempre nuestra dignidad y el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Vivamos con alegría y esperanza, sabiendo que somos valiosos ante los ojos de Dios y que en Cristo somos restaurados y liberados.

(Guía Mensual)

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