P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

La Cuaresma comienza con el miércoles de ceniza, donde con la utilización de una de las dos expresiones, al momento de imponerla en la frente: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc. 1,15) y la otra, “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3,19), se le invitaba al fiel católico y a las personas que siempre tienen un corazón abierto para vivir este tiempo penitencial.

Con este tiempo, se nos regala la oportunidad de reconocer la fragilidad humana y la gracia espiritual que nos concede nuestro Creador para volver a encontrarnos con la inocencia y pureza con la cual fuimos creados.

De entrada, hay que dejar claro que este espacio propuesto por la Iglesia no es para amargarnos la vida, tampoco es un hecho repetitivo que cada año se presenta para recordarnos que somos pecadores y malos antes los ojos de Dios.

La Cuaresma es para devolverle la alegría al corazón, para volver a sentir el amor puro y real que nos tiene el Padre Celestial. Solo en este tiempo tenemos la dicha y el privilegio de meditar lo que hace Dios por la humanidad para mostrarle el gran amor que nos tiene.

Todos queremos triunfar, lograr nuestras metas, ser felices. En fin, el ser humano quiere llegar a ser pleno. Y justamente en la Cuaresma iniciamos ese camino para lograrlo. Pero es bueno recordar que, para llegar a la gloria, primero hay que reconocer nuestras limitaciones, nuestra pequeñez humana y sobre todo, tener el corazón abierto para ubicar cada cosa en su sitio y ser verdaderos hombres y mujeres nuevos.

Tengamos presente que, no hay gloria sin Cuaresma, no hay resurrección sin pasión. Esta es la razón por la que dice el salmo 50 que, “un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias, Señor”.

Por eso, para muchos parece anticuado y retrógrada colocarse ceniza en la frente, porque, como estamos en una era muy adelantada, en una etapa de la historia que el hombre poco a poco siente que Dios estorba y sobra, sienten que eso ya no le dice nada, ya que su mente y sus intereses están puesto en otros horizontes.

Pero que no se nos olvide, que del polvo venimos y hacia el polvo volvemos. Que todo pasa, que nada es eterno en este mundo y que Dios siempre tiene la última palabra.

Entonces, inclina la cabeza y regresa a Dios. Haz una parada reflexiva y necesaria para que hagas un inventario interior. Descuida, no tengas miedo, es mejor hacerlo voluntariamente y no cuando la misma existencia te obligue.

Sal de la rutina diaria, del ruido sin sentido en el que te encuentras metido y solo confía. Regálate la oportunidad de reconocer lo que no anda bien en tu existencia y cuando lo hagas, cambia de ruta. Ya verás que al final, lo importante es encontrarte contigo mismo, descubrir lo valioso que eres y el lugar que ocupa Jesucristo en tu vida.

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