• Primera lectura. Tit 3,1-7: “Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna”.
  • Salmo responsorial. 22,1-3a.3b-4.5.6: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
  • Evangelio. Lc 17,11-19: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.

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Siempre me ha llamado la atención en el Evangelio, Por qué si los diez leprosos fueron sanados sólo uno se devolvió a agradecerle a Jesús la realización del milagro. Pero, además, inmediatamente lo comparo cómo también nosotros actuamos con Dios. Sí, somos malagradecidos.

Somos mezquinos con Dios. Nos cuesta reconocer todo lo que recibimos cada día de Él. Estamos siempre dispuestos a pedir, a exigir, a reclamar, pero muy poco o nada a agradecer. Basta que tengamos alguna dificultad en nuestro matrimonio, alguna crisis en la familia o alguna enfermedad, falta de empleo o una crisis económica, para comenzar a orar y pedir a toda la gente que conocemos que oren por nosotros. Pero luego, cuando el Señor nos responde dándonos por su infinita misericordia lo que hemos pedido somos como los nueve leprosos que no supieron agradecer.

La Palabra de hoy nos llama a vivir la gratitud; una virtud que muchas veces se nos olvida practicar. Aquel samaritano nos da el ejemplo cuando se devuelve a agradecer al Señor el beneficio recibido. Normalmente tendemos a agradecer los beneficios recibidos de los hombres y a olvidar los recibidos por Dios, quien es nuestro primer y principal bienhechor… y que se vale de los hombres para complacer nuestras peticiones. De Él recibimos cuanto somos y cuanto tenemos. Sin embargo, acostumbrados a vivir en un ambiente en donde el Señor nos facilita de una manera tan extraordinaria sus dones y sus gracias, no sabemos agradecer estos beneficios porque nos parecen como algo natural y nos creemos con derecho a ellos. La magnitud del beneficio y la facilidad con que se nos concede nos ha de demostrar más claramente el amor misericordioso de Dios y nos ha de mover a corresponderle con mayor generosidad, cosa que muchas veces no hacemos.

Pidamos hoy al Señor el ser como ese leproso agradecido para que podamos abrirle nuestro corazón y recibir de Él su infinita misericordia; para que podamos reconocer su presencia sanadora en nuestras vidas, en nuestras familias; para que siendo sanados y salvados como el leproso agradecido podamos ser medios efectivos de una verdadera transformación en nuestra sociedad; para escuchar cuando juntos en familia estemos orando Él nos diga: “¡Levántense, váyanse; su fe los ha salvado!”. Así sea.

(Guía Mensual)

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