• Primera lectura: Jer 31, 7-9: Los llevaré a corrientes de agua por un camino llano.
  • Salmo Responsorial: 126,1-6: La boca se nos llena de risas, la lengua de cantares.
  • Segunda lectura: Heb 5, 1-6: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
  • Evangelio: Mc 10, 46-52: ¿Qué quieres que haga por ti?

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

De nuevo nos encontramos con textos que resaltan el valor de los débiles, de los que no cuentan para quienes dominan la historia. En el caso del profeta Jeremías, se trata de los cautivos en Babilonia. La realidad era que el pueblo judío no tenía importancia alguna para el imperio babilónico, aparte de ser una mano de obra barata para sus grandes proyectos. No pasaban de ser parte de la gran masa de gente utilizada. Sus derechos, su dignidad humana, su opinión, su historia no contaban.

Una vez descubrimos que Dios se ocupa de aquellos minusvalorados de nuestro mundo. Del resto de Israel, de los últimos, de los que sobran, como dice la canción. “Aclamen a Israel, lancen vivas al primero de los pueblos”, anunciaba Jeremías. ¿El primero de los pueblos? ¡Pero si eran los últimos!, ¡los ignorados, los ciegos, los cojos, los pobres, los indigentes, los niños…! ¡Pues sí! Esos últimos son los primeros para Dios. Esos últimos, a quienes el mundo niega sus derechos, los utilizan como una mercancía, o los ignoran porque hacen estorbo. Dios extiende su mano para levantarlos de su postración.

Una vez más constatamos que los criterios de Dios no son como los nuestros, los humanos. Así como no “escogió” a un pueblo grande de la antigüedad sino a una masa de esclavos en Egipto, ahora nos muestra que no escogió al gran pueblo  babilónico sino a esa masa de gente explotada en Babilonia o abandonada en Israel. Las palabras del profeta quieren animar a los expatriados y a quienes se quedaron en Israel, para que perseveren con una fe firme en el Dios de la vida y continúen luchando por la dignificación de su humanidad maltratada tanto a nivel personal como comunitario.

El salmo 126 (125) que proclamamos hoy es un hermoso testimonio de la acción de Dios en la vida del pueblo. Fue entonado cuando retornó a su tierra después de 49 años de extradición. Si comprendemos el dolor que vivió durante este largo exilio, podremos imaginar la alegría que sintió cuando retornó.

En el evangelio encontramos un relato de milagro, elaborado por la comunidad de Marcos, que testimonia cómo otro “de los que sobran”, se convierte en protagonista de la historia.

Según el texto, Jesús seguía su camino hacia Jerusalén con sus discípulos y una gran multitud. Porque no todos los que iban con él eran discípulos; algunos lo hacían por curiosidad. Hay que caminar pero no como un borrego en la manada. Seguir a Jesús es tener la mente abierta y el corazón dispuesto, las manos libres y los pies firmes para sintonizar con él y continuar su obra salvadora.

Salía de Jericó, distante unos 30 Km. de Jerusalén. Normalmente a las salidas de las ciudades y de los templos, en las plazas, en las calles, en los caminos, o en cualquier sitio donde había aglomeración de gente, se hacían los mendigos. Eran huérfanos, enfermos, ancianos, limitados físicos y hasta avivatos que se aprovechaban de la generosidad de la gente.

Los mendigos sufrían hambre pero no morían de hambre, pues la caridad era obligatoria: “la labor de socorro a los pobres estaba bien organizada entre los judíos. A los pobres del lugar se les repartían víveres semanalmente, que alcanzaban para dos comidas diarias. A los pobres que eran forasteros se les distribuían diariamente alimentos para dos comidas.” Había algo que hacía más daño a los mendigos: la vergüenza. Así lo testifica el relato del administrador infiel: “mendigar me da vergüenza” (Lc 16,3). El escarnio público, el aislamiento y los desprecios eran los que más atormentaban y bajaban la autoestima a estas personas, que en el fondo no vivían sino que sobrevivían.

Por otra parte, “la ideología dominante responsabilizaba al pueblo desvalido por su propia situación y por la situación del país entero. En cierto modo, ser pobre era, en este contexto, algo a la vez social y moral; lo moral adscrito a la condición material objetiva. Ser pobre equivaldría para muchos a ser culpable: el castigo sólo ha venido al mundo por culpa de la gente del pueblo”.

Al borde del camino, dentro de ese grupo, estaba Bartimeo (Bar-Timeo = el hijo de Timeo), dedicado a la mendicidad. Un ser humano doblemente marginado: por pobre (mendigo) y por ciego. No obstante su limitación este ciego se convierte, podríamos decir, en la antítesis de Santiago y Juan, personajes que analizábamos hace 8 días.

Así como Bartimeo, los discípulos estaban ciegos  y no lograban entender las características del proyecto de Jesús. Pero este hombre cambia la historia.

Había escuchado hablar de Jesús, de sus obras y de sus palabras. Le habían dicho que era el Mesías, relacionado con David, según la esperanza del pueblo, y entonces gritó con voz fuerte: “Jesús hijo de David, ten compasión de mí”. Una vez más, vemos cómo Jesús es reconocido por los últimos de la sociedad, como decía el profeta Jeremías (primera lectura), “por el resto de Israel: ciegos, cojos, embarazadas y madres con recién nacidos”. Aunque el título “Hijo de David” no sea el más apropiado para Jesús, ya que hace referencia a un mesianismo político militar que no corresponde a su proyecto de vida, no podemos negar que en los evangelios está presente como manifestación de la esperanza que los pobres pusieron en Él.

Este hombre ciego era para mucha gente un insignificante; sólo inspiraba lástima y por eso le daban unas monedas para que no se muriera de hambre. Debía permanecer callado porque no tenía derecho a expresarse. ¿Qué podía aportar un pobre ciego a la sociedad?

“Muchos lo reprendieron y le decían que se callara”. ¿Por qué lo hacían? Tal vez para que no distrajera al Maestro en su última jornada camino a la toma del poder, como ellos lo esperaban. De pronto para no llamar la atención de los guardias romanos, ya que en Jericó había una guarnición romana y como esta ciudad era paso obligado para llegar a Jerusalén, tenían que ser muy cautelosos con la gente que se dirigía a la capital. Tal vez porque Marcos quería resaltar que no sólo Bartimeo estaba ciego, sino también sus discípulos, quienes no tenían ninguna claridad sobre Jesús, pues creían y soñaban que el mejor título era el de “Hijo de David”, con la ideología político militar que este título encierra.

A pesar de los reclamos, a este hombre no le importó el decir de la gente y siguió gritando. El que persevera alcanza, decían nuestros viejos. Y Jesús lo escuchó, pues los gritos de un pobre, insignificante para la sociedad, siempre lo hacían detener. Se interesó por él, lo mandó llamar y le dedicó tiempo.

¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!, le dijeron otros. Así es la vida y así es el seguimiento de Jesús. Mientras unos desaniman, critican y tratan de matar los sueños de los que quieren llegar lejos, otros animan, impulsan y dan la mano. Mientras unos dicen que caminar con Jesús es tontería, otros se convierten en evangelizadores que ayudan a escuchar su llamado.

Ese llamamiento es, sin lugar a dudas, una invitación al discipulado. Así como se detuvo y llamó a unos pescadores de Galilea cuando tiraban de la red (Mt 4,18). Así como cuando por entre la multitud llamó a Leví, el publicano (Mt 9,9) a Zaqueo (Lc 19,1), al joven rico (Mc 10,17-30)…

¡Pero qué raro este maestro! Realmente Jesús rompía los esquemas. ¿Un ciego como discípulo? Las escuelas rabínicas se esforzaban por tener discípulos de “buena familia”, gente selecta que le diera categoría. Así como hoy las instituciones educativas, incluidas las eclesiásticas, procuran que en sus escuelas, colegios, universidades, etc., estudien los jóvenes de las altas esferas de la sociedad, porque esto le da más altura a la institución. Pero a este Jesús, no contento con tener pescadores, publicanos, celotes y gente de la más baja calaña, se le ocurrió en ese momento llamar a un mendigo ciego. ¡Pues sí! El llamado era para todos; nadie debía sentirse excluido. Para él no había personajes privilegiados ni élites favorecidas.

Y el ciego tomó una decisión inteligente: tiró su capa. La capa o el manto en la cultura semita oriental, era la exterioridad visible y significaba la identidad de una persona. La capa le servía de abrigo y era el instrumento donde recibía las monedas que los transeúntes le tiraban para que no se muriera de hambre. La capa representa “sus seguridades”, pero también sus ataduras, aquello que lo detenía, lo amarraba y le impedía vivir a plenitud. El ciego dejó la capa a un lado, dio un salto, se puso en pie y se fue por sus propios medios al encuentro de Jesús.

La pregunta de Jesús fue la misma que les hizo a Santiago y Juan, en el relato anterior: “¿Qué quiere que haga por ustedes?”. “¿Qué quieres que haga por ti?”, le preguntó a Bartimeo. Jesús se puso en disposición de servir; para eso había venido a este mundo. Pero mientras que los hijos de Zebedeo, cansados de caminar con Jesús, le pidieron un asiento en el posible trono, el ciego, cansado de estar sentado al borde del camino, no le pidió una limosna. ¡Qué tonto habría sido! No le pidió un pedazo de pan, ni un trono. Le pidió lo realmente necesario: “Maestro, que pueda ver”.

Aquí no es como dice el adagio popular: “ver para creer”, sino “creer para ver”. “Y enseguida recobró la vista y fue siguiendo a Jesús por el camino”. Bartimeo se convirtió en discípulo de Jesús, que en la mentalidad de Marcos, es el que puede ver.

Necesitamos hacer el proceso de Bartimeo para ser discípulos de verdad. Éste es un verdadero modelo de seguimiento, un testimonio de renovación y una gran historia de salvación. Un espejo para vernos y evaluarnos en el camino con Jesús. ¿Somos de los que desaniman? ¿Somos de los que animan a la gente a ser mejores y a caminar con Jesús? ¿Estamos ciegos? ¿Tenemos una religiosidad de mendigos, o estamos dispuestos a pedir la luz para ver bien y convertirnos en verdaderos discípulos?

El llamado es hoy para nosotros. ¡Levantémonos que nos llama! ¡Dejemos las capas tiradas, pongámonos de pies y vayamos a su encuentro! Y, cuando Jesús nos pregunte qué queremos que haga por nosotros, no cometamos la imbecilidad de pedirle una limosna, ni un trono en el falso pedestal de un reino imaginario. Pidámosle su luz para descubrir el sentido de nuestra vida y para comprender su propuesta de salvación. Pidámosle su Espíritu, para que nos conduzca siempre firmes en su camino hasta el final.

Oración

Jesús, hermano, amigo y salvador nuestro, al contemplar esta hermosa historia de salvación quedamos maravillados. Tu Palabra nos cuestiona, nos interpela, nos sacude y nos anima. Reconocemos las cegueras que hay en nosotros y nos impiden ver con claridad el camino. Reconocemos que muchas veces nos hemos limitado a ser mendigos ciegos en nuestra oración, que sólo hemos pedido y pedido cosas que creemos que son la solución a nuestros problemas, pero no hemos ido al fondo de esos problemas, al fondo de nuestras inseguridades y al origen de nuestras oscuridades. Reconocemos que algunas veces hemos despreciado a “los que sobran”, porque no aportan, porque no sirven, porque no valen, porque no son gente importante. Reconocemos que algunas veces nos hemos dejado desanimar por quienes tienen el oficio de matar los sueños de los demás para mitigar su frustración. Reconocemos por sobre todo, que tú eres la luz que ilumina nuestro camino y nos conduce a la verdad completa. Gracias por tu llamado, gracias por tu luz, gracias por tu Palabra que nos da vida abundante. 

Ayúdanos a valorar a todas las personas y a descubrir en ellas su dignidad y su aporte en la construcción de un mundo mejor. Ayúdanos a desprendernos de las capas que, aparentemente, nos brindan seguridad, pero que en el fondo nos esclavizan. Que vivamos verdaderamente libres para amar, para servir y para seguir tu camino de salvación. Que tu luz disipe las tinieblas de error y nos permita ver el camino de nuestra auténtica realización y felicidad.

Te entregamos todo lo que somos y tenemos. Tú nos conoces, tú conoces nuestras entradas y salidas, nuestros vacíos e incoherencias, así como nuestros valores y riquezas personales y comunitarias. Tú sabes de nuestros problemas y limitaciones, tú sabes de nuestros anhelos y proyectos, por eso los ponemos en tus manos para que todo se vaya desarrollando según el plan de salvación que el Padre Dios tiene para nosotros. Señor Jesús, transforma con la fuerza de tu Espíritu, nuestro llanto en júbilo, nuestro luto en traje de fiesta, nuestra tristeza en gozo y dale plenitud a nuestras alegrías, según tu voluntad.

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