• Primera lectura. Ef 2,1-10: “Antes procedíamos nosotros también así; siguiendo los deseos de la carne”.
  • Salmo responsorial. 99,2.3.4.5: “El Señor nos hizo y somos suyos”.
  • Evangelio. Lc 12,13-21: “Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”.

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Ven Espíritu Santo, derrámate sobre nosotros para que podamos comprender lo que Dios quiere enseñarnos a través de las lecturas de este día.

En la primera lectura, san Pablo nos dice que por la misericordia de Dios somos salvados, todo es gracia, todo es un don gratuito de Dios; No es por lo que hagamos o dejemos de hacer que llega la salvación a nosotros, todo se debe al gran amor de Dios, que nos dio a su único hijo Jesucristo, para hacernos vivir por Él.

San Pablo nos sigue diciendo: no son las obras las que nos salvan, para que nadie pueda presumir de lo que hace. El Señor nos ha dejado una forma de vivir, unas buenas obras para que practiquemos, porque esto nos va a ayudar a tener una vida ordenada; hacer esas obras nos llevará a ser obedientes a Dios, lo que nos permitirá vivir en paz.

En el Evangelio, Jesús nos habla sobre cómo la codicia nos ciega y no nos permite ver más allá de nuestros intereses, volviéndonos egoístas, al pensar solo en nosotros. Decía Santo Tomas de Aquino que “la codicia es la negación de las cosas eternas por el bien de las cosas mundanas”. Ahora bien, no confundamos la codicia con una persona organizada, que prevé las eventualidades, que planifica crecer; no tiene que ver con esto; sabemos que Dios es un Dios de orden y quiere que podamos organizar nuestras vidas en todas las áreas y esto incluye la parte económica.

Sin embargo, en la parábola vemos cómo el hombre obtuvo una gran cosecha y sus ojos se llenaron de avaricia y en la distribución de los bienes que iba a obtener no pensó en Dios, ni en el pobre que sembró su tierra o en aquel que cosechó los frutos; no pensó en el enfermo o en su familia, no pensó en nadie más que en él y todo lo que podía conseguir a través de esa riqueza. Este hombre se creyó poderoso, invencible, puso su confianza en la riqueza pensando que podía lograr todo lo que quisiera, sin preocupaciones. Este hombre pensó que los bienes le proporcionarían bienestar, felicidad, seguridad y no se dio cuenta que los bienes materiales no dan la vida, solo en Jesús podemos tener vida. Este hombre olvidó que hemos sido hechos por Dios y para Dios y que a Él todo le debemos.

Amado Dios permítenos reconocerte como dueño y Señor de nuestras vidas a quien todo te debemos. Permítenos ser buenos administradores de los bienes que nos has dado y líbranos de toda codicia, porque como dices en Lucas 12,15 aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan la vida.

(Guía Mensual)

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