P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Hoy están de modas los calmantes, los medicamentos suaves y dulces. De igual modo, está en boga los productos light. Las bebidas alcohólicas, sodas y otros alimentos dietéticos son los principales que se consumen, porque el ser humano del siglo XXI busca de todas las formas posibles no enfrentarse a su realidad, por eso tiene que valerse de subsidios, paliativos, maneras rápidas y cómodas para seguir viviendo y es la excusa perfecta para ignorar el verdadero problema que al cual debe enfrentarse en su cotidianidad. Es decir, se siente más animado en aplicar calmantes, que en asumir soluciones.

Los calmantes no son soluciones, solamente son simulacros para crear una sensación de tranquilidad por un rato. Ofrecen alivio, relajación emocionar por momentos, pero la situación real continua latente. En otras palabras, los calmantes son drogas efímeras que buscan engañar al ser humano para que entre en su propia burbuja de ingenuidad y piense que todo estará bien y que no le pasara nada grave en su vida. Ósea, quien vive de calmantes, prefiere vivir en la imaginación, en su mundo de fantasías y fabricado en su mente que nada le puede perturbar su paz y su estabilidad “emocional”.

Vivir de calmantes es aferrarse a permanecer en el autoengaño. Es una actitud miope y sin horizonte. Se puede decir que es la vía más “fácil” para permanecer en este planeta tierra, porque quien asume este estilo de vida, busca a toda costa, rechazar todo lo que implica sacrificio, soluciones que implican riesgos y travesías. No es de extrañar que los que opten por los calmantes, son frutos de esta generación de cristal, al romperse con facilidad, tienen miedo de enfrentar cualquier situación que demanda peligro.

Sin embargo, hay un problema con los calmantes, como su nombre indica: es un calmante. Es decir, tranquiliza, reduce el dolor. Pero la realidad objetiva es que un calmante no sana, no soluciona por completo lo que nos duele. Lo que si hace es prolongar el tiempo para sentir el dolor, extender la zona de dificultad, da un respiro. Pero no tiene sentido calmarse si tarde o temprano hay que enfrentarse con lo que nos sale al frente. No vale la pena pasarse la existencia completa evitando lo que al final llegará cuando menos uno lo espera. De aquí que llenarse de valor y tomar conciencia de lo que implica nuestra humanidad con todas sus implicaciones, es justamente madurar y crecer como ser humano.

En definitiva, la sociedad no necesita calmante ni mucho menos distracciones, ocio constante para olvidarnos de los problemas. Necesitamos soluciones; hombres y mujeres decididos. Seres humanos capaces de ensuciarse las manos. El mundo no fue diseñado para calmantes, fue estructurado para la practicidad, para hacer posible que sea habitable. Pero esto solo se logra, si dejamos el miedo y asumimos aptitud, si somos capaces de cambiar nuestra seguridad por la libertad. Integremos a nuestro ser soluciones, no calmantes, porque quien nos creó nos diseñó para ser fuertes, no débiles.

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