Fuente: aciprensa.com

Desde el inicio del cristianismo y hasta hoy, Dios ha inspirado a mujeres que orientaron al Pueblo de Dios e «hicieron lío» en la Iglesia.

La historia de cristianismo comienza con el «Sí» de María, y pasa por grandes santas que hasta la actualidad han sido protagonistas en la evangelización del mundo.

Aquí te mostramos nueve testimonios que este 8 de marzo, en el Día de la Mujer, pueden motivar a más mujeres a seguir a Cristo.

1. La Virgen María

El «Hágase» de María, el «Sí» más importante de la historia, convirtió a una sencilla mujer en pieza clave de la salvación del mundo. Su ejemplo de aceptación cambió el rumbo de la humanidad.

“Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía” (Jn 2,4), le dijo Jesús a su Madre en las Bodas de Caná, en un matrimonio al que ambos habían sido invitados.

María es la primera mujer que acoge al Señor y “arma lío” al motivar el primer milagro conocido de la vida pública de Jesús con su «Hagan lo que Él les diga».

Además, fue quien permaneció al pie de la Cruz con San Juan y estuvo junto a los Apóstoles en Pentecostés.

2. Santa Hildegarda de Bingen

Las dificultades propias de la Edad Media no fueron impedimento para Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), una religiosa benedictina de origen alemán que tuvo una serie de visiones místicas.

Escribió obras teológicas y de moral con notable profundidad y fue declarada Doctora de la Iglesia por Benedicto XVI en el 2012, junto con San Juan de Ávila. Su sabiduría y popularidad hicieron que muchas personas, entre obispos y abades, le pidieran consejo.

“Cuando el emperador Federico Barbarroja provocó un cisma eclesial oponiendo tres antipapas al Papa legítimo, Alejandro III, Hildegarda, inspirada en sus visiones, no dudó en recordarle que también él, el emperador, estaba sometido al juicio de Dios”, contó Benedicto XVI en su catequesis sobre esta santa pronunciada durante una Audiencia General el año 2010.

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3. Santa Catalina de Siena

Más adelante aparecería otra mística y Doctora de la Iglesia, Santa Catalina de Siena (1347-1380), que vistió el hábito de la tercera Orden de Santo Domingo. En esta época los Papas vivían en Avignon (Francia) y los romanos se quejaban de haber sido abandonados por sus obispos, amenazando con el cisma.

El Papa Gregorio XI hizo un voto secreto a Dios de regresar a Roma, y cuando le pidió consejo a Santa Catalina, ella le indicó: “Cumpla con su promesa hecha a Dios”. Él se sorprendió, ya que nadie sabía de su voto, y posteriormente regresó a la Ciudad Eterna.

Años más tarde, los Cardenales se distanciaron del Papa Urbano VI –debido a su temperamento– y declararon nula su elección, designando como Pontífice a Clemente VII, quien se trasladó a Avignon.

Santa Catalina escribió cartas a los Cardenales alentándolos a reconocer al auténtico Pontífice y exhortó a Urbano VI a controlar su temperamento y llevar con temple y gozo los problemas. También fue a Roma a pedido del Papa, quien siguió sus instrucciones.

Para defender el papado, la santa también escribió a los reyes de Francia y Hungría con el fin de alentarlos a no optar por el cisma.

4. Santa Teresa de Jesús

Tras el cisma provocado por el protestantismo, la Iglesia convocó al Concilio de Trento. En ese contexto vivió Santa Teresa de Jesús (1515-1582), una monja contemplativa que emprendió una reforma carmelita.

A pesar de haber sido incomprendida, perseguida y hasta acusada ante la Inquisición, su amor a Dios la impulsó a fundar nuevos conventos y a optar por una vida más austera, sin vanidades, ni lujos. Sumergida muchas veces en éxtasis, nunca dejó de ser realista.

A pesar de no tener amplios conocimientos, la santa dialogaba con miembros de la realeza, personajes ilustres, autoridades eclesiásticas y santos de su época para darles consejos, recibir ayuda y llevar a cabo lo que se había propuesto. Se convirtió en escritora mística y fue declarada Doctora de la Iglesia.

5. Santa Rosa de Lima

Al otro lado del mundo, en Perú, Santa Rosa de Lima (1586-1617) hizo caso omiso a quienes la pretendían por su gran belleza. Su objetivo era vivir en virginidad sirviendo a los pobres y enfermos.

«Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones», destacó el Papa Inocencio IX al referirse a la primera santa de América.

San Juan Pablo II dijo que su vida sencilla y austera era “testimonio elocuente del papel decisivo que la mujer ha tenido y sigue teniendo en el anuncio del Evangelio”.

6. Santa Teresita de Lisieux

Del amor de los santos esposos franceses Louis Martin y Zelie Guerin, canonizados en octubre de 2015, nació Santa Teresita de Lisieux (1873-1897), Doctora de la Iglesia y patrona universal de las misiones.

Santa Teresita vivió solo 24 años. Un año después de su muerte, a partir de sus escritos, se publicó el libro “Historia de un alma”, que dio a conocer lo mucho que la religiosa amó a Jesús.

“Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los ‘Doctores de la Iglesia’, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu”, expresó San Juan Pablo II sobre esta santa.

El Papa Francisco tiene una profunda devoción por ella, y en una ocasión reveló que antes de cada viaje o ante una preocupación le suele pedir «una rosa».

7. Santa Edith Stein

Durante la persecución nazi en el siglo XX, surgió en Europa otra gran mujer. Se trata de Santa Edith Stein, una conversa del judaísmo que luego tomó el hábito de religiosa carmelita descalza. Conocida asimismo como Santa Teresa Benedicta de la Cruz (1891-1942), fue también mártir.

Ella, junto con otros judíos conversos, fue llevada por las autoridades al campo de concentración de Westerbork, en venganza por el comunicado de los obispos católicos de los Países Bajos que protestaron contra las deportaciones de los judíos.

Luego fue trasladada a Auschwitz, donde murió en las cámaras de gas junto a su hermana Rosa, también convertida al catolicismo.

San Juan Pablo II diría de ella: “Una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo”.

8. Santa Gianna Bereta Molla

Esta santa italiana sacrificó su vida para dar a luz a su cuarto bebé. A los 15 años hizo el propósito de “mil veces morir antes que cometer un pecado mortal” y era devota de la Virgen María.

Fue médico y practicó la honestidad y la fe en su trabajo. También animaba a las embarazadas para que rechazaran el aborto y considerasen a sus hijos como un regalo de Dios.

Al inicio de su cuarto embarazo, los médicos descubrieron un tumor en su útero y le ofrecieron someterse al aborto “terapéutico”. Ella se negó y pidió que salvaran a su hija. Dio a luz el 21 de abril de 1962 y falleció siete días después mientras repetía: “Jesús, te amo”. Fue canonizada por San Juan Pablo II en el año 2004.

9. Santa Teresa de Calcuta

Para cerrar esta lista de grandes mujeres que cambiaron el mundo y la historia, recordamos a Santa Teresa de Calcuta (1910-1997). Su servicio a Cristo en los “más pobres entre los pobres” enseñó que la mayor pobreza no estaba en los arrabales de Calcuta, sino en los países “ricos” cuando falta el amor.

«Para poder amar hay que tener un corazón puro y rezar. El fruto de la oración es la profundización en la fe. El fruto de la fe es el amor. Y el fruto del amor es el servicio al prójimo. Esto nos trae la paz», enseñaba la también ganadora del Premio Nobel de la Paz de 1979.

En su canonización en octubre de 2016, el Papa Francisco afirmó que la «Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida proclamando incesantemente que ‘el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre'»

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